Rafael Lucio Gil IDEUCA | Opinión
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Nos
ha dejado Juan Bautista, pero nos ha dejado un rico legado lleno de esperanza,
fe y fuerza inquebrantable por la educación.
Transcurrimos
con él en muchas horas de intercambio, reflexión crítica y prospectiva
educativa. Experiencias, visiones y propuestas compartidas impregnadas de un
profundo respeto y complementariedad de ideas. Más de 19 años conviviendo con
sueños, metas cumplidas, aportes relevantes al país que no siempre supieron ser
aceptados y concretados a favor de una educación de todos, para todos y con
calidad.
Desde
el año 1995, con el PREAL(Programa de Reforma Educativa para América Latina),
supo sortear las contradicciones propias de una etapa educativa del país,
empeñada en romper las páginas de la década anterior, eliminando todos sus
saberes construidos. La lucha de ideas y razones no fue fácil, y se hizo
acompañar de varios trabajos de investigación elaborados por todo el equipo,
que forjaron propuestas de políticas educativas participativas, equitativas y
enfocadas a una educación pública de calidad.
Los
aires adversos y no receptivos que flotaban en la administración educativa del
país, se empeñaron en disolverlas. Pero su estoicismo, fe inquebrantable y
esperanza infinita, no se detuvieron. Impregnó al equipo de trabajo del PREAL,
al inicio, transformado en el IDEUCA después, de coraje y decisión para brindar
cursos de postgrado en políticas educativas, formación docente y transformación
curricular, enriquecidos por los resultados de investigaciones que se
realizaron, las que mostraban la temperatura, debilidades, vacíos y enfoques
unilaterales y contrapuestos a los atributos del modelo educativo que se
propugnaba. Pero nada de eso desanimó a Juan Bautista, por el contrario,
iluminó al equipo con entusiasmo, para continuar pensando en nuevas formas de
pensar y hacer educación.
Su
esperanza en una educación diferente nunca se quebró, supo escarbar en lo que
la educación ha venido haciendo, identificando y rescatando siempre, con gran
generosidad, rasgos y visos que podrían alumbrar una educación con equidad,
eficiencia y calidad.
Esta
esperanza siempre vino empujada por una fe insobornable en que la educación,
paradójicamente, fuera vista como la clave que abre las puertas al desarrollo
humano sustentable, aunque su derrotero y dirección reales no fueran los
esperados. Esta esperanza, no solo movilizó su visión de la educación, sino que
dio sentido a su vida, toda ella de la educación, y más en los momentos más
difíciles en que su enfermedad y la muerte de uno de sus hijos, se aliaron
amenazando y reduciendo sus fuerzas, pero renaciendo de nuevo, si cabe, aún con
más vigor.
Fue
enamorado de la educación y de su sentido amplio y flexible (formal, no formal,
Informal) y, desde ella, de la persona como centro de atención, reivindicando
sus potencialidades y vitalizando desde el hecho educativo su infinito poder
con enormes derechos a ser rescatados y desplegados, tanto en sus capacidades
individuales, como en sus responsabilidades sociales y cívicas.
Pudimos
percibir en él la fuente inagotable que residía en su vocación de entrega a los
demás por la educación, más aún, cuando en sus relaciones con empresarios y
hombres de negocios, debió muchas veces relevar el estatus de su profesión de
educador, frente a visiones positivistas y economicistas que pretendía devaluar
el rol de la profesión tan digna y altruista de educador.
Su
fuerza de voluntad supo acrecentarla en las dificultades y obstáculos que
encontró en el camino, así como el oro se pone a prueba en el crisol; ella le
ayudó a luchar con tesón a favor de los pobres, de su desarrollo humano como
personas sin discriminación alguna.
Nunca
aceptó la mediocridad, particularmente cuando esta se mostraba como un
obstáculo al desarrollo de proyectos educativos a favor de las escuelas más
desheredadas de la historia, defendiendo con argumentos y gran pasión, las
iniciativas que surgían de la reflexión y decisión del equipo del IDEUCA a
favor de la innovación educativa, en búsqueda de la calidad.
Siempre
su voz se alzó en contra de la "cultura del silencio" y en favor de
la "cultura de la palabra". Los maestros y las maestras ocuparon siempre
un lugar central en sus sueños, reflexiones y propuestas. Con él, como IDEUCA,
forjamos rutas para su reconocimiento profesional justo, ubicando su formación
y aprecia social como centros de gravedad de la tarea educativa.
Desde
su participación central en inspirar el contenido y rutas de concreción del
Plan Nacional de Educación 2001-2015 y, posteriormente en acompañar y asesorar
el Foro Nacional de Educación (1004-2006), compartimos estos dos programas de
acción y futuro que se complementaban entre sí dando amplio curso a una
participación social amplia, cuyas propuestas llegarían a diluirse
posteriormente en la burocracia y memoria de las administraciones educativas.
Pero
nada detuvo su fe, amor y esperanza por una educación de calidad. Estamos
comprometidos, como IDEUCA a proteger, cuidar, potenciar su memoria, con las
virtudes que siempre le acompañaron en las difíciles rutas de la lucha, por
hacer de la educación un punto de encuentro de toda la sociedad sin exclusión
alguna.
22
de agosto de 2014
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