El Nuevo Diario
Rafael Lucio Gil IDEUCA | Opinión
Los estudios que
indagan el comportamiento de la pobreza en el país son frecuentes y no dejan,
en algunos casos, de ocultar aspectos relevantes respecto al comportamiento de
la "desigualdad". Mejoran los niveles de pobreza, y paradójicamente
se incrementa la "desigualdad". Un tratamiento estadístico más
completo y transparente explicaría este fenómeno vergonzoso. La pobreza y
desigualdad son los fenómenos multifactoriales que afectan a la educación de
múltiples maneras, sobre las cuales se hace necesario reflexionar.
A la par de esta
interacción inevitable, suele atribuirse a la educación ser un factor más que
clave para superar la pobreza. Pero, ¿cómo una educación, afectada
profundamente por esta pobreza, podría ser un factor clave para superarla?
La pregunta no es
fácil de responder y, a nuestro juicio, prevalecen representaciones sociales e
imaginarios colectivos que se deben superar como país, si queremos que la
educación que tenemos deje de ser parte del problema y comience a ser parte de
la solución. Es necesario desmitificar la idea mágica de que la educación es la
solución, si no profundizamos en tal supuesto y en los condicionantes que
deberían acompañar a esta educación, para que la misma pueda ser factor
primordial en la superación de la pobreza.
Las rutas internas
que sigue la pobreza, al adueñarse de nuestra educación, son claras y precisas.
La principal se ubica en la concepción que la Asamblea Nacional tenga respecto
a si la educación es un gasto o una inversión y un derecho humano. Su
porcentaje presupuestario continúa siendo pobre, lo que contribuye a que la
educación también lo sea. En tanto, esta sea concebida y tratada de manera
concreta como un derecho natural, y no una concesión o un gasto, para todos los
nicaragüenses será posible enfrentar esta ruta de pobreza, que acaba
predestinando a los ya pobres a continuar replicando la pobreza. Es obvio,
incrementar el presupuesto educativo hasta un 7% del PIB, tal como lo plantea
la Unesco, demanda hacer de ella la prioridad nacional y avanzar ágilmente
hacia esta meta.
Otra ruta de pobreza
se ubica en el currículum. Los avances exponenciales vertiginosos del
conocimiento y de la tecnología plantean retos relevantes a los contenidos
curriculares, debiendo actualizarlos e incorporar en ellos nuevas
sensibilidades cognoscitivas que deben hoy ser ya del dominio de la niñez y
adolescencia. Mientras no se logre avanzar en este escalón de pertinencia de
los saberes, la pobreza continuará acechando en cada esquina del entorno
educativo. Ello demandaría, tal como se hizo hace seis años, una gran consulta
nacional a los distintos sectores sociales e institucionales.
Los cambios
curriculares demandan siempre fortalecer la preparación, actualización y nivel
de asunción de los docentes. Cuando nos gloriamos de una transformación
curricular sin atender como se debe al sector clave que deberá desplegar este
currículum en la acción, se aceitan los caminos internos de la pobreza en gran
medida, abonando a una enseñanza esclerotizada y empobrecida, patrocinadora de
aprendizajes envejecidos e infuncionales.
Un avance importante
previsto como un escudo defensivo en contra de la pobreza educativa lo
constituye la versión del currículum en competencias. Pero ello no es
suficiente. Lo que importa, finalmente, es que las mismas se desplieguen de
manera tal que los estudiantes "comprendan" lo que aprendan,
"sepan aplicarlo útilmente" y sean capaces de "generar nuevos
saberes".
El factor humano
clave para que la educación crezca en calidad son los maestros y las maestras.
Si se atienden con sensibilidad y empatía educativa sus urgencias profesionales
y humanas, con salarios superiores a la canasta básica, y el país entero se compromete
a brindar el apoyo moral e institucional que ellos y ellas se merecen, la
educación se fortalecerá. Al no ser así, esta ruta de pobreza afectará, no solo
a su calidad de vida sino los resultados de la educación.
Otro camino donde
medra la pobreza interna se expresa en las condiciones físicas y ambientales de
los centros educativos, así como en la casi total falta de medios didácticos y
bibliográficos básicos. Ciertamente se han hecho avances en saldar esta deuda
histórica con la construcción y rehabilitación de centros, pero la brecha aún
es muy grande. En tanto estas condiciones físicas de centros educativos
persistan, con condiciones deficitarias básicas para una vida y educación sana
(luz eléctrica, agua potable, etc.), cuya ausencia califica a estos centros
como pobres, estos ecosistemas educativos actúan como transmisores
potenciadores de la pobreza.
La paradoja es
clara, el sector rural que más produce y nos surte de vida, mantiene
diferencias significativas con el sector urbano, con indicadores abiertamente
más depresivos. Mientras tales brechas continúen o se profundicen, los centros
educativos rurales estarán condenados a ser generadores de más pobreza y
desigualdad.
Quizás el camino más
sofisticado por el que transita la pobreza al interior de los centros
educativos, se expresa en los métodos de enseñanza que continúan siendo
utilizados, y en los aprendizajes que se desprenden. Cuando no se privilegia la
comprensión de lo que se aprende, su puesta en práctica con sentido de
utilidad, el desarrollo del pensamiento lógico y crítico, la capacidad de tomar
decisiones y la vinculación con los problemas que vive el país y sus procesos
de transformación, se dinamizan estas rutas de la pobreza y no el desarrollo.
Es importante que,
como país, logremos pensar la educación para que sea parte de la solución y no
incubadora, ni replicadora de la pobreza. Sin percatarnos, subrepticiamente, la
pobreza ha anidado en la educación desde hace años, propiciando una cultura de
comodismo y autoengaño, mientras predestina a los pobres que ingresan en su
seno, propiciando y alimentando su segregación y segmentación social.
21 de noviembre 2014
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