martes, 23 de agosto de 2016

Del Currículo transformador normado, al real aplicado

Rafael Lucio Gil *
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El currículo de todo nivel educativo, responde a una contextura epistemológica, en tanto  encierra intenciones, enfoques, contenidos y métodos, que posibilitan la construcción de saberes. Aunque la teoría curricular plantea múltiples concepciones, un común denominador de ellas contempla, de forma explícita, la filosofía educativa, fines a alcanzar, principios, modelo educativo y la metodología de enseñanza correspondiente; además, presenta la organización y secuenciación de contenidos, competencias y métodos, además  de un listado ordenado de disciplinas (Plan de Estudios).
En contra de quienes únicamente lo restringen a una simple matriz de disciplinas organizadas, con tiempos delimitados que denominamos el Plan de Estudios, el Currículo es esto y mucho más, como se ha dicho. Esta filosofía, principios, prioridades que le rigen y modelo educativo de sustento, establecen relaciones con el modelo de desarrollo al que se aspira.
Es por ello, el currículo, un referente clave y normativo de todo proceso educativo formal, que orienta la actividad educadora, a la vez que presenta un conjunto de ejes transversales (enfoque de género, cultura de paz, medio ambiente, salud, por ejemplo), valores y aspiraciones. Para que represente a un país, un contexto social y económico determinado, debe  responder al interés social, y ser formulado con amplia participación de los sectores.
En tanto el mismo se inscribe en una realidad y es ampliamente consensuado, su grado de efectividad crece, al contrario de lo que ocurre cuando el currículo es impuesto con valores, cultura y principios hegemónicos no compartidos por toda la sociedad; ello originará tensiones y posiciones contra hegemónicas en la sociedad.
Cuando el mismo es dirigido y elaborado desde la lógica del poder económico, político y cultural de una sociedad empobrecida con desigualdad creciente, y amplios sectores sociales y culturales discriminados en oportunidades y agencia, no podremos esperar de la educación ningún efecto transformador, por cuanto responde funcionalmente a los intereses del poder.
Por el contrario, si el currículo se elabora desde posiciones compartidas y sus principios están rectoreados por posiciones críticas contra cualquier forma de poder y dominación hegemónica, es de esperar que contribuya a desarrollar pensamiento crítico, autonomía, pensamiento propio, compromiso con la justicia, libertad de pensamiento, y lucha contra toda forma de dominación y exclusión; vivencia de valores de convivencia y ciudadanía, respeto a las diferencias y compromiso con la transformación social. Lograrlo, pasa por amplia participación social informada, debate sin exclusión, dando voz a los más pobres y excluidos.
Si estamos de acuerdo en lograr profundas transformaciones que beneficien a todo el país, debemos descifrar la violencia simbólica de discursos y normativas poderosas, que diluyen la verdad con falacias, y obstruyen la ruta transformacional para recuperar derechos negados.
Negar derechos políticos sistemáticamente en un proceso electoral, a pensar distinto, contribuye a fortalecer un currículo educativo hegemónico, facilitador del pensamiento único, ajeno a la libertad de pensamiento y la lucha por rescatar el papel de la justicia en la sociedad.
Ingredientes del modelo curricular del cambio con justicia social, están recogidos en algunos currículos diseñados en el país, produciéndose la paradoja de “pérdida de sentido y significado”.
Esto sucede, cuando las intencionalidades filosóficas y principios, acaban reducidos al único referente que conocen y aplica el profesorado de todos los niveles: el Plan de Estudios y los Programas de Asignatura.
La tradición educativa acumula un disfraz perfecto que erosiona cualquier efecto pretendido por la filosofía y modelo educativo del currículo. El personal docente de cualquier subsistema educativo, solo conoce el Plan de Estudios -en el mejor de los casos- y el Programa de Asignatura que imparte. Gran parte de las instituciones educativas únicamente proporcionan a los docentes el Plan de Estudio y el Programa de Asignatura a su cargo, quedando lo más sustantivo que da significado y sentido al currículo, desconocido y sin aplicación.
El Plan de Estudios es un mero instrumento práctico, pero lo que le debe inspirar es la filosofía, modelo educativo, valores y principios curriculares, que permanecen invisibilizados y desconocidos por quienes los deben aplicar. Los Programas de Asignatura se han venido degradando, al ocultar su filosofía de sustento, los principios, el modelo educativo y los ejes transversales. Al final, la educación se reduce a la aplicación de currículos degradados, omitiendo todo aquello que da sentido y direccionalidad a la educación.
Por ello, no basta con optar por un currículo crítico, transformador, liberador, sino que lo que este plasme en su fundamentación filosófica, ética, axiológica, no se oculte ni quede desconocido al docente. Conocer a plenitud el currículo, para cualquier docente, es un deber y un derecho. Superar el eficientismo de “currículos de papel”, huecos y deteriorados, demanda superar el empobrecimiento de la educación, luchando para superar la costumbre que disuade todo intento de convertir el currículo en la principal fuerza transformadora de la sociedad.
* Ideuca.

miércoles, 17 de agosto de 2016

La Formación Técnica, pilar del desarrollo



Rafael Lucio Gil *

  • 02 Agosto 2016  |
La lógica del discurso de la Formación Técnica se viene apagando en el país, paradójicamente, cuando el desafío del desarrollo urge cada día más. Este silencio oficial y social, es altamente preocupante. Pensar en grande el desarrollo no será sino un engaño, mientras siga silenciada y tratada como “hija pobre”, la educación técnica.
Padres y madres de familia, adolescentes y jóvenes, continúan reafirmando en este tema, una representación social, mental y cultural muy resistente al cambio. Pareciera que el único camino y estatus se ubica en la educación superior, sin preguntarse por el ámbito ocupacional y el desarrollo necesario de la empleabilidad. Los medios de comunicación refuerzan esta cultura, y obvian publicitar la formación técnica. Todo hace pensar que la educación técnica no es parte de la agenda nacional.
La experiencia de muchos países que han avanzado significativamente en su desarrollo, resalta la opción de la formación técnico profesional, como su principal fuente de recursos humanos altamente preparados y estrechamente vinculados a las demandas del empleo. Su desarrollo en competencias humanísticas y técnicas, abona a su empleabilidad y éxito. Adicionalmente, la construcción de vasos comunicantes y pasarelas curriculares entre esta formación y la educación superior, la hace aún más atractiva. 
Nicaragua, en los últimos treinta años, ha realizado algunos esfuerzos con resultado sumamente endebles. La disputa de sentidos y significados ocurridos, han postrado avances posibles; la carencia de una Ley actualizada y pertinente y  un Presupuesto apropiado impiden avanzar. Los recursos y asesoría de países amigos, en décadas, han creado mayor confusión, abundando en modelos curriculares diversos no contextualizados. Empresas e instituciones estatales, en contraste, formulan demandas más pertinentes que no obtienen las respuestas requeridas. La globalización, por su parte, demanda al país exigencias a las que la débil preparación técnica no puede responder.
Esta baja calidad de la formación técnica depende de un profesorado empírico (el país no cuenta con ninguna institución especializada en formar docentes para esta modalidad).  La preparación es meramente instrumental, sin desarrollo de capacidades culturales, humanas y técnicas actualizadas. La capacitación demandada por empresarios, escapa a la formación integral, sin posibilidades de manejar la tecnología más moderna. 
Algunos programas como el de Aprendo y Emprendo (Usaid), focalizado en la Costa Atlántica, sale al paso de este gran vacío, en el ámbito privado, como una experiencia innovadora. Por otra parte las Cumbres Mundiales brindan lecciones relevantes, como fruto del camino ya recorrido por otros países, que aportan luces de interés. Todo hace pensar que el país necesita concertar una agenda nacional, con amplia participación social, institucional y empresarial, en favor de un programa de formación técnica sólido, bien articulado, y que abarque el universo educativo del país, con los recursos financieros necesarios, y currículos y metodologías de enseñanza aprendizaje de calidad.
En 1987 la Unesco celebró en Berlín, Alemania, el primer Congreso Internacional sobre Formación Técnica y Profesional, con el objetivo de consolidar el desarrollo y la mejora de la enseñanza técnica y profesional en los Estados Miembros. En noviembre de 1989, se reúne en París la Conferencia General de la Unesco Convención sobre la Enseñanza Técnica y Profesional. “Reconociendo que la enseñanza técnica y profesional responde al objetivo mundial del desarrollo de los individuos y las sociedades”. Así mismo que,” los Estados partes convienen en formular políticas, definir estrategias y poner en práctica, en función de sus necesidades y recursos, programas y planes de estudios de enseñanza técnica y profesional destinados a los jóvenes y a los adultos, en el marco de sus respectivos sistemas educativos, a fin de que puedan adquirir los conocimientos prácticos indispensables para el desarrollo económico y social y para la realización personal y cultural de cada individuo en la sociedad”. 
En el mes de abril de 1999 se celebró en Seúl, el Segundo Congreso Internacional, insistiendo de nuevo en los mismos tópicos. Del 1 al 4 de diciembre del 2009 se celebra en Belem, Brasil,  el CONFITEA VI con el lema: “Vivir y aprender para un futuro viable: El poder del aprendizaje de adultos”, promoviendo el derecho al trabajo y  a esta formación relacionada con el trabajo.
Por último, la XVIII Conferencia Iberoamericana de Educación celebrada en El Salvador el día 19 de mayo de 2008, concentra su interés en la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes y personas adultas, la formación profesional  que les facilite  el acceso al mercado laboral, con énfasis en el autoempleo. 
Los referentes están claros. El tema demanda una cultura diferente y decisiones valientes, coherentes y responsables. El país lo necesita y toda la ciudadanía lo merece. 
* Ideuca.

¿Educación transformadora o instrumental?



Rafael Lucio Gil *
  • 19 Julio 2016  |
Es de todos conocido, que la educación escolar debe responder a la filosofía y contenidos que presenta su currículo. Esta inspiración que orienta la esencia del quehacer educativo, demanda ser conocida por toda la población, principalmente por dirigentes, docentes, estudiantes y padres de familia. En la medida que el mismo no es concertado, su ubicación hegemónica estaría imponiendo una cultura, valores y formas de ver la sociedad desde una posición de poder y no de transformación.
La principal característica que poseen los currículos de enfoque técnico, desde la teoría curricular, es la invisibilización de los principios filosóficos que les mueven, precisamente por su carácter funcionalista con el modelo de desarrollo no inclusivo y promotor de desigualdades, al que tratan de proteger. De esta manera, sólo ubican su quehacer en un conjunto de contenidos, métodos y técnicas curriculares, ajenos a todo cuestionamiento de la situación de injusticia y distribución desigual de oportunidades. Se trata, por tanto, de un currículo instrumental, no transformador.
La realidad de nuestro currículo nacional se ubica, en su contenido y práctica, en este perfil, lo que vuelve su enfoque y contenidos funcionales al sistema socioeconómico y cultural, generador de desigualdades, al que debe servir instrumentalmente.
Desde una perspectiva de educación crítica, su filosofía debiera, desde la teoría crítica, direccionar la educación, dar desde una perspectiva intercultural, capaz de dialogar y concertar entre culturas, enriqueciéndose todas a partir de una sana relación de respeto e intercambio. 
Otro de sus mejores atributos se refiere al enfoque de transformación social, el que se hará posible en tanto la sociedad organizada y la clase política logren tener a la educación como el punto central de agenda de sus luchas e incidencia.
Pero no basta con dejar claro en la transformación curricular este enfoque y contenidos; lo más importante sería que el personal del Mined, funcionarios, dirigentes y docentes, a la par del estudiantado y padres de familia, tuvieran claridad de la importancia que tiene aplicar un currículum con sentido y significado críticos. 
Ello imprimiría a la educación un cambio radical de sentido, enfocada a educar en el pensamiento crítico y transformador, ubicando como tema de estudio en todas las disciplinas, la realidad social; problematizándola y evitando ocultar con sobreestimaciones políticas la realidad económica, social, cultural, de gobernabilidad, etc. Se trata de poner “polo a tierra” con los contenidos y competencias curriculares, situándolos en sus contextos reales.
Esta transformación reclama que el personal docente y el estudiantado estén preparados para incorporar y estudiar la realidad que vive el país, y desarrollar capacidades, competencias y compromisos cívicos de pensamiento y acción transformadores ante esta realidad. 
Mientras esto no ocurra, seremos todos responsables de mantener una educación funcional, instrumental, en la que lo importante es la repetición de eslóganes contradictorios de la educación. Seguirán siendo la actividad pedagógica y los programas y textos de estudio, los mejores replicadores políticos y los mayores obstaculizadores del desarrollo de capacidades y competencias orientados a la transformación social con equidad.
Este horizonte retador para la Nación demanda de todos, sin distingos de ninguna clase, plantearse con claridad y responsabilidad accionar una “revolución educativa”, capaz de sobrepasar intereses particulares, en la búsqueda sincera de un perfil de sociedad diferente, inclusiva, con iguales oportunidades para toda la ciudadanía, justa para todos y todas.
No hay que perder de vista esta pregunta profética del P. Xabier Gorostiaga, s.j., cuando reiteraba la pregunta: ¿Qué educación para qué desarrollo? No responder a esta pregunta supondrá elegir a ciegas un modelo educativo que únicamente sirva al interés del gobernante de turno, y no al de toda la sociedad en su diversidad. 
Ubicar el modelo educativo a los pies de intereses particulares, como en efecto sucede, impulsa a la educación a ser réplica obediente de lo que otros deciden, eludiendo el debate y argumentación críticos en el aula, convirtiendo en autómatas y apoyadores políticos inconscientes  a los actores educativos y, en definitiva, logrando que la educación sea el principal obstáculo al desarrollo humano sostenible,  por no contar con los pilares seguros de las capacidades de pensamiento independiente, autónomo, y el compromiso ciudadano con la justicia y la igualdad de oportunidades.
Despertar a esta realidad triste, exige tracender intereses partidarios de partidos, y vislumbrar que el desarrollo del país no tiene que ver con mayores ganancias de las empresas ni con el empobrecimiento de las mayorías, sino con una ciudadanía formada en sus capacidades de pensar, argumentar, cuestionar, denunciar, proponer e innovar, para lo cual será necesario un proceso que lleve al país a “revolucionar su pensamiento”. Y esto, solo con una educación diferente lo podremos lograr.
*Ideuca.

La calidad de la educación, esencia del Derecho



Rafael Lucio Gil *
  • 09 Junio 2016  |
La educación como Derecho Humano ha sido reconocida por Nicaragua, pero la brecha existente entre el discurso y la realidad es de grandes dimensiones. La recuperación de derechos requiere ser una tarea permanente, y no se agota en lograr los recursos financieros necesarios, sino abarca indicadores que son invisibilizados en las estadísticas, producto de una educación que resiste salir de su “zona de confort”, con bajísimos niveles de exigencia.
La lucha por el derecho debe traer en su interior una educación de la calidad. Es cierto que demanda la inversión necesaria, y que aún es deficitaria, pero sobre todo debe traducirse en procesos constantes de calidad.
La calidad tiene varias facetas generalmente obviadas. En la actualidad, esta miopía del derecho se reduce a lograr elevados índices de aprobación, sin reflexionar críticamente en el contenido de tales resultados, alcanzados mediante estrategias de dudosa calidad, como el reforzamiento escolar y el modelo de evaluación, fortalecidos por el imaginario colectivo de que “todos deben aprobar”.
En definitiva, el tema de la calidad queda reducido a la repetición de lemas por dirigentes y docentes, cuyo valor simbólico contrasta con las prácticas educativas en uso.
Un factor clave que se profundiza día a día, es la perspectiva instrumental con que se valora y trata a dirigentes y docentes. Sus atributos debieran ser: su capacidad de iniciativa, creatividad, reflexión crítica, formulación de propuestas e innovación, enfocados a la calidad. Por el contrario, su rol eminentemente instrumental, les reduce a ser meros ejecutores de órdenes e indicaciones superiores, sin ningún derecho a disentir. Tal postración imposibilita, totalmente, lograr nuevas formas de pensar y alcanzar una educación con calidad.
Este proceso de “cosificación”, tal como lo denomina Habermas, debe ser superado, como condición necesaria para avanzar en transformar las rutinas educativas en procesos realmente educativos de calidad, amalgamados por una actitud y clima de libertad, pensamiento crítico y cuestionamiento de los estereotipos institucionales y personales, que operan como obstaculizadores de procesos de calidad.
El clima instrumental se transfiere al estudiantado, expresándose en múltiples formas culturales y pedagógicas de sometimiento, imposición y traslado de contenidos disciplinares y políticos de forma mecánica y repetitiva, sin el debate y concertación de significados científicos y políticos necesarios.
El ambiente educativo de memorización y repetición de saberes, acaba convirtiendo al hecho educativo en la imposición de ideas, criterios y conductas, y no en la construcción de identidad, juicio propio, capacidad argumentativa y comprensión de significados asumidos libremente. Esta subcultura impositiva acaba propiciando una educación para copiar, decir sí, aceptarlo todo, en suma, una educación robotizada y generadora de más pobreza y desigualdad.
El modelo de evaluación se traduce en la práctica del aula en el mejor instrumento para educar en la superficialidad y mediocridad del saber, requiriendo muy poco esfuerzo para el alumnado y profesorado. Y esto, con el velado interés de obtener fácilmente excelentes resultados estadísticos en el rendimiento estudiantil. Este fraude institucionalizado representa el principal atentado contra todo interés por mejorar la calidad educativa. Oficialmente la evaluación se define como formativa, sin asumir ninguno de sus exigencias en la práctica del aula.
El currículum se orientan oficialmente al desarrollo de competencias, pero su práctica muy poco tiene que ver con ello. Continúa, en la práctica, centrado en objetivos, que conciben los distintos niveles de conocimiento (declarativo, aplicativo, de valores) por separado. La competencia, por el contrario, integra en una sola unidad, no fracturada, estos tres niveles de conocimiento. Su punto central debiera enfocarse en que el estudiantado comprenda y aplique lo que aprende en diversos contextos con utilidad, lo que demanda grandes esfuerzos institucionales en laboratorios y espacios de práctica que no existen. El aparato escolar está, aún, muy lejos de procurar que el estudiantado desarrolle estas competencias. Podrá contar el estudiantado con excelentes calificaciones, pero sin haber logrado las competencias necesarias, imposibilitando a quienes se bachilleran, ingresar al ámbito laboral formal y a la universidad.
Educar en competencias demanda desarrollar capacidades. El mejor nicho ecológico para desarrollarlas es con una gestión educativa y pedagógica diferente, ambientes de aprendizaje, distintos a los actuales: libros de texto sin exclusiones ni centración en proyectar líderes políticos gubernamentales, bibliotecas dinámicas, ambientes letrados culturalmente, participación estudiantil en la toma de decisiones, superación de la brecha digital, aprendizaje y vivencia de valores ciudadanos, animación de docentes reflexivos-críticos para la innovación, escuelas auténticas de padres, no simuladas, participación comunitaria para gestar “Comunidades de Aprendizaje”; fortalecimiento notable de espacios para la aplicación útil de los conocimientos.
Las aulas ambientadas con “espacios de aprendizaje”, docentes capaces de motivar al aprendizaje activo, no repetitivo o mecánico; que estimulen la reflexión crítica y autorreguladora; sin miedos a pensar distinto y con pensamiento divergente, comprometido con la justicia y la superación de las desigualdades.
Por último, la calidad está reñida con la utilización de la educación en el plano político partidista: Directivos y docentes ocupados, como tarea principal, en difundir propaganda partidaria gubernamental, y estudiantes requeridos en tareas políticas extraescolares, adoctrinados con mensajes partidarios. Necesitamos superar el perfil de una escuela cuyo modelo de calidad descansan, principalmente, en imponer una opción política partidaria.
*IDEUCA.