Rafael
Lucio Gil *
La
educación es, por naturaleza, desarrollo integral de la persona, tanto en sus
capacidades personales, físicas, cognitivas, emocionales y espirituales como en
su dimensión relacional, social y ciudadana. De alguna manera, es también
completitud que se ha de transparentar hacia los demás, hacia la comunidad.
El tema
de la transparencia es un tema recurrente desde hace décadas, y más que
atenuarse, pareciera agravarse cada día.
Su
ausencia se traduce en consecuencias nefastas para el país, sus instituciones y
la sociedad en general. Y es que, raramente el tema forma parte de las agendas
educativas, como si por naturaleza se tratara de una virtud innata, ya
asegurada en cada persona. Los griegos tenían la palabra “parhresia”, de
inmenso contenido semántico que significa “decir verdad”. Tal concepto se ha
ido diluyendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días. Las versiones que
se han hecho de ella en el plano político y empresarial, han venido reduciendo
este significado profundo de la transparencia, a algo mucho más simple y
superficial.
Son
varios los ámbitos y formatos que están llamados a desarrollar esta virtud de
la transparencia, este “decir verdad” de uno mismo y de sus acciones. Se trata,
más allá de meras formalidades y apariencias, de consistencia y coherencia
entre el ser, el tener y la práctica cotidiana en todos sus ámbitos personales,
sociales, económicos, culturales y espirituales.
No se
trata solo de que la escuela se haga cargo de esta educación, que lo deberá
hacer, claro está; se trata, también, de que se logre desde la familia, desde
la sociedad misma. Pero también desde las responsabilidades de los actores
políticos y gubernamentales, que toman decisiones relevantes en el manejo del
quehacer y los recursos que son propiedad de la nación.
La
transparencia no se agota aquí, también demanda de los medios de comunicación
divulgar el quehacer de interés social, con claridad, responsabilidad,
honestidad, sin encubrimientos interesados, manipulaciones o deformaciones,
ateniéndose solo a la verdad.
Desde la
familia, esta educación de la transparencia cobra muchísimo realismo y fijación
en el subconsciente y consciente de hijos e hijas. Cuando estos perciben la
mentira, la doble moral, la infidelidad, en suma, la falta de transparencia de
los padres, esta nefasta influencia perseguirá a lo largo de toda la vida a
hijos e hijas.
Desde
quienes dirigen el país y sus instituciones, la transparencia no solo tiene que
ver con el buen uso de los recursos patrimoniales y económicos que les han sido
confiados, sino también ha de cruzar todo su actuar, dirigido en todo momento a
dar cuentas de su quehacer a la sociedad, a la ciudadanía; de sus resultados,
de la información a la que tiene derecho todo el país.
Su razón
de ser no es el poder sino el servicio, de manera que cuando responden solo
desde el poder, su cargo se desnaturaliza y lanza al entorno nacional, en
especial a adolescentes y jóvenes, un mensaje contradictorio que cala
profundamente en ellos, e influye mucho más en sus conciencias que los
contenidos curriculares y discursos que se enseñan en la escuela.
Cuando la
información se deforma o se restringe en honor a beneficiarse con intereses
políticos, y no para el servicio de la población, se traiciona la transparencia
y a la gente, convirtiéndose en una escuela abierta de enseñanza de
antivalores. Esta traición a no “decir verdad”, acaba aportando a una subcultura
profundamente destructiva del tejido social y de los valores de la nación.
Cuando
los medios de comunicación responden a intereses políticos específicos
empresariales interesados y no a la autenticidad de la verdad de la
información, adolescentes y jóvenes reciben también un mensaje profundamente
contradictorio, abundando mucho más a la creencia de este currículum oculto,
que al discurso y contenidos escolares. Estos, frente a esta pugna de sentidos
y significados, acabarán por creer que lo importante es “abundar al discurso de
la transparencia, pero falsear y distorsionar los contenidos de la
información”.
El ámbito
escolar ha de ser el currículum viviente de la transparencia en todas sus venas
y poros. En tanto, los contenidos y competencias curriculares se van
desplegando en las aulas, la virtud y valor de la transparencia se debe
convertir en la esencia de toda la gestión escolar, tanto desde las direcciones
como desde las aulas. Transparencia es, también, no tergiversar el currículum,
“decir verdad” en todo el quehacer, transparentar compartiendo con el
profesorado y alumnado los fines, objetivos y procesos educativos; contar bien
las estadísticas de cuantos alumnos reales están en las aulas; reflejar “con
verdad” los avances, pero también los vacíos y desafíos. Infundir al
profesorado la motivación que proporciona tomar en cuenta sus necesidades y
demandas y responder a ellas “con verdad”. En fin, se trata de convertir la
transparencia y honestidad en un axioma imprescindible para alcanzar la calidad
de la educación, de la que tanto se habla.
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Febrero 2016 |
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