Rafael
Lucio Gil *
- 19 Julio 2016 |
Es de todos conocido, que la educación escolar debe
responder a la filosofía y contenidos que presenta su currículo. Esta
inspiración que orienta la esencia del quehacer educativo, demanda ser conocida
por toda la población, principalmente por dirigentes, docentes, estudiantes y
padres de familia. En la medida que el mismo no es concertado, su ubicación
hegemónica estaría imponiendo una cultura, valores y formas de ver la sociedad
desde una posición de poder y no de transformación.
La
principal característica que poseen los currículos de enfoque técnico, desde la
teoría curricular, es la invisibilización de los principios filosóficos que les
mueven, precisamente por su carácter funcionalista con el modelo de desarrollo
no inclusivo y promotor de desigualdades, al que tratan de proteger. De esta
manera, sólo ubican su quehacer en un conjunto de contenidos, métodos y
técnicas curriculares, ajenos a todo cuestionamiento de la situación de
injusticia y distribución desigual de oportunidades. Se trata, por tanto, de un
currículo instrumental, no transformador.
La
realidad de nuestro currículo nacional se ubica, en su contenido y práctica, en
este perfil, lo que vuelve su enfoque y contenidos funcionales al sistema
socioeconómico y cultural, generador de desigualdades, al que debe servir
instrumentalmente.
Desde una
perspectiva de educación crítica, su filosofía debiera, desde la teoría
crítica, direccionar la educación, dar desde una perspectiva intercultural,
capaz de dialogar y concertar entre culturas, enriqueciéndose todas a partir de
una sana relación de respeto e intercambio.
Otro de
sus mejores atributos se refiere al enfoque de transformación social, el que se
hará posible en tanto la sociedad organizada y la clase política logren tener a
la educación como el punto central de agenda de sus luchas e incidencia.
Pero no
basta con dejar claro en la transformación curricular este enfoque y
contenidos; lo más importante sería que el personal del Mined, funcionarios,
dirigentes y docentes, a la par del estudiantado y padres de familia, tuvieran
claridad de la importancia que tiene aplicar un currículum con sentido y
significado críticos.
Ello
imprimiría a la educación un cambio radical de sentido, enfocada a educar en el
pensamiento crítico y transformador, ubicando como tema de estudio en todas las
disciplinas, la realidad social; problematizándola y evitando ocultar con
sobreestimaciones políticas la realidad económica, social, cultural, de
gobernabilidad, etc. Se trata de poner “polo a tierra” con los contenidos y
competencias curriculares, situándolos en sus contextos reales.
Esta
transformación reclama que el personal docente y el estudiantado estén
preparados para incorporar y estudiar la realidad que vive el país, y
desarrollar capacidades, competencias y compromisos cívicos de pensamiento y
acción transformadores ante esta realidad.
Mientras
esto no ocurra, seremos todos responsables de mantener una educación funcional,
instrumental, en la que lo importante es la repetición de eslóganes
contradictorios de la educación. Seguirán siendo la actividad pedagógica y los
programas y textos de estudio, los mejores replicadores políticos y los mayores
obstaculizadores del desarrollo de capacidades y competencias orientados a la
transformación social con equidad.
Este
horizonte retador para la Nación demanda de todos, sin distingos de ninguna
clase, plantearse con claridad y responsabilidad accionar una “revolución
educativa”, capaz de sobrepasar intereses particulares, en la búsqueda sincera
de un perfil de sociedad diferente, inclusiva, con iguales oportunidades para
toda la ciudadanía, justa para todos y todas.
No hay que perder de vista esta pregunta profética del P. Xabier Gorostiaga, s.j., cuando reiteraba la pregunta: ¿Qué educación para qué desarrollo? No responder a esta pregunta supondrá elegir a ciegas un modelo educativo que únicamente sirva al interés del gobernante de turno, y no al de toda la sociedad en su diversidad.
No hay que perder de vista esta pregunta profética del P. Xabier Gorostiaga, s.j., cuando reiteraba la pregunta: ¿Qué educación para qué desarrollo? No responder a esta pregunta supondrá elegir a ciegas un modelo educativo que únicamente sirva al interés del gobernante de turno, y no al de toda la sociedad en su diversidad.
Ubicar el
modelo educativo a los pies de intereses particulares, como en efecto sucede,
impulsa a la educación a ser réplica obediente de lo que otros deciden,
eludiendo el debate y argumentación críticos en el aula, convirtiendo en
autómatas y apoyadores políticos inconscientes a los actores educativos
y, en definitiva, logrando que la educación sea el principal obstáculo al
desarrollo humano sostenible, por no contar con los pilares seguros de
las capacidades de pensamiento independiente, autónomo, y el compromiso
ciudadano con la justicia y la igualdad de oportunidades.
Despertar
a esta realidad triste, exige tracender intereses partidarios de partidos, y
vislumbrar que el desarrollo del país no tiene que ver con mayores ganancias de
las empresas ni con el empobrecimiento de las mayorías, sino con una ciudadanía
formada en sus capacidades de pensar, argumentar, cuestionar, denunciar,
proponer e innovar, para lo cual será necesario un proceso que lleve al país a
“revolucionar su pensamiento”. Y esto, solo con una educación diferente lo
podremos lograr.
*Ideuca.
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