miércoles, 17 de agosto de 2016

Hacia una perspectiva sistémica de la Educación



Rafael Lucio Gil *
 
Nuestra educación ha realizado esfuerzos para incorporar en los currículos la educación ambiental, como nueva sensibilidad educativa. No obstante, la brecha entre las intencionalidades curriculares y la práctica educativa, es enorme en cuanto a su poca integralidad conceptual y en sus resultados. Es mucho lo que se dice y poco lo que se hace. Los centros educativos son testigos privilegiados de las consecuencias del descuido y maltrato ambiental en las comunidades de residencia: ríos que se secan, tala indiscriminada, basura y suciedad, lagos y lagunas amenazados de muerte, comunidades cavando en busca de agua, etc. En fin, una tragedia sembrada desde años atrás, con sus consecuencias dramáticas hoy.
La indolencia educativa ha dejado pasar el tiempo. La educación ambiental no ha calado en los hábitos del profesorado ni del estudiantado. Más bien, actúan cada día sus estereotipos, deformando conductas y actitudes de docentes y estudiantes, los que acaban naturalizando entornos de suciedad, descuido, maltrato o ausencia de plantas y jardines, obviando la realización de prácticas ambientales realmente educativas.
Frente a un currículum escolar tímido, es mucho más fuerte el currículum oculto que predican los medios de comunicación y la falta de gobernanza en el tema por parte de la administración pública. Prácticas antiambientales indiscriminadas, sin control; productores cegados por sus intereses tensionando los recursos, empresarios que antepone sus intereses a los del medio ambiente deformando el sentido de la responsabilidad social empresarial; ausencia de leyes sensatas, valientes y contundentes en sus cumplimiento; macroproyectos avasalladores del medio sociocultural, ambiental y de los recursos hídricos. Sobran los malos ejemplos, falta un acuerdo educativo a todos los niveles para salvar la vida.
Una muestra sencilla de incongruencia es el deterioro y maltrato de los ambientes educativos. Locales sucios, deteriorados, destruidos; entornos educativos en total abandono y desertificación, una burla a la educación ambiental. Es hora de que, aunando voluntades sin discriminación ni polarización, nos juntemos para descifrar mejores caminos para salvar la vida y el ambiente, y a los pobres en particular, en quienes más recaen los efectos de este horrendo crimen.
Bien lo plantea la Encíclica “Laudato si” (Alabado sea) “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modelos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”(N° 16).
Es la educación, su fuerza, coherencia, consistencia y direccionalidad, llamada a dar ejemplo a la sociedad, sembrando múltiples formas de ganar las conciencias del alumnado, forjando amor comprometido con los derechos ambientales y animales; dinamizadora de nuevos hábitos en la familia y la comunidad. Centros eco-educativos, sembrando y cuidando árboles y plantas. Un ejemplo irradiador a la sociedad, centros educadores de sus comunidades. Una educación que reencante al estudiantado con la motivación y compromiso propia de los más jóvenes. Un profesorado adalid con su ejemplo. Una vocación sostenida de directores, delegados locales y funcionarios. Una Sede Central del Mined, modelizadora de limpieza y entornos ambientales.
Que la educación se encariñe con este mensaje de Francisco: “la educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo del agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transportes públicos o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias…reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad” (N° 211). 
Concertemos, todos, una educación eficaz, no estéril, educando en el nuevo paradigma integral del ser humano, la vida, la sociedad, y la relación con la naturaleza. Capaz de asumir que dañamos a los demás, cuando no amamos y cuidamos el ambiente y sus recursos.
*IDEUCA
30 abril 2016

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