Rafael
Lucio Gil *
Nuestra
educación ha realizado esfuerzos para incorporar en los currículos la educación
ambiental, como nueva sensibilidad educativa. No obstante, la brecha entre las
intencionalidades curriculares y la práctica educativa, es enorme en cuanto a
su poca integralidad conceptual y en sus resultados. Es mucho lo que se dice y
poco lo que se hace. Los centros educativos son testigos privilegiados de las
consecuencias del descuido y maltrato ambiental en las comunidades de
residencia: ríos que se secan, tala indiscriminada, basura y suciedad, lagos y
lagunas amenazados de muerte, comunidades cavando en busca de agua, etc. En
fin, una tragedia sembrada desde años atrás, con sus consecuencias dramáticas
hoy.
La
indolencia educativa ha dejado pasar el tiempo. La educación ambiental no ha
calado en los hábitos del profesorado ni del estudiantado. Más bien, actúan
cada día sus estereotipos, deformando conductas y actitudes de docentes y
estudiantes, los que acaban naturalizando entornos de suciedad, descuido, maltrato
o ausencia de plantas y jardines, obviando la realización de prácticas
ambientales realmente educativas.
Frente a
un currículum escolar tímido, es mucho más fuerte el currículum oculto que
predican los medios de comunicación y la falta de gobernanza en el tema por
parte de la administración pública. Prácticas antiambientales indiscriminadas,
sin control; productores cegados por sus intereses tensionando los recursos,
empresarios que antepone sus intereses a los del medio ambiente deformando el
sentido de la responsabilidad social empresarial; ausencia de leyes sensatas,
valientes y contundentes en sus cumplimiento; macroproyectos avasalladores del
medio sociocultural, ambiental y de los recursos hídricos. Sobran los malos
ejemplos, falta un acuerdo educativo a todos los niveles para salvar la vida.
Una
muestra sencilla de incongruencia es el deterioro y maltrato de los ambientes
educativos. Locales sucios, deteriorados, destruidos; entornos educativos en
total abandono y desertificación, una burla a la educación ambiental. Es hora
de que, aunando voluntades sin discriminación ni polarización, nos juntemos
para descifrar mejores caminos para salvar la vida y el ambiente, y a los
pobres en particular, en quienes más recaen los efectos de este horrendo crimen.
Bien lo
plantea la Encíclica “Laudato si” (Alabado sea) “la íntima relación entre los
pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está
conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de
la tecnología, la invitación a buscar otros modelos de entender la economía y
el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la
ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad
de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de
un nuevo estilo de vida”(N° 16).
Es la
educación, su fuerza, coherencia, consistencia y direccionalidad, llamada a dar
ejemplo a la sociedad, sembrando múltiples formas de ganar las conciencias del
alumnado, forjando amor comprometido con los derechos ambientales y animales;
dinamizadora de nuevos hábitos en la familia y la comunidad. Centros
eco-educativos, sembrando y cuidando árboles y plantas. Un ejemplo irradiador a
la sociedad, centros educadores de sus comunidades. Una educación que reencante
al estudiantado con la motivación y compromiso propia de los más jóvenes. Un
profesorado adalid con su ejemplo. Una vocación sostenida de directores,
delegados locales y funcionarios. Una Sede Central del Mined, modelizadora de
limpieza y entornos ambientales.
Que la
educación se encariñe con este mensaje de Francisco: “la educación en la
responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una
incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso
de material plástico y de papel, reducir el consumo del agua, separar los
residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado
a los demás seres vivos, utilizar transportes públicos o compartir un mismo
vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces
innecesarias…reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de
profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia
dignidad” (N° 211).
Concertemos,
todos, una educación eficaz, no estéril, educando en el nuevo paradigma
integral del ser humano, la vida, la sociedad, y la relación con la naturaleza.
Capaz de asumir que dañamos a los demás, cuando no amamos y cuidamos el
ambiente y sus recursos.
*IDEUCA
30 abril 2016
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