Rafael
Lucio Gil *
La
educación ha de tener en el centro de su interés a la persona del educando. Y
esta, entendida en sus dos dimensiones que la integran: sus capacidades
cognitivas, emocionales y espirituales; pero también como ser social que se
complementa a sí mismo, en tanto vive en relación con los demás, participa como
ser social, y toma decisiones con otros para mejorar y/o transformar la
sociedad. Por tanto, la persona del educando se perfecciona a sí misma, en
tanto logra armonizar en su formación de forma equilibrada ambas dimensiones.
La
educación democrática es, por ello, cada día más, una clave esencial, no solo
para que la educación sea vivenciada como un proceso democrático de
construcción, sino también, prefigurando el futuro de los educandos, de manera
que logren ser ciudadanos democráticos, participando en la vida pública,
luchando por sus derechos, cumpliendo sus deberes familiares, institucionales y
sociales, y participando e incidiendo en transformar el tejido social e
institucional y la sociedad misma.
La
educación democrática se inicia en la familia, en tanto padres y madres
modelizan relaciones democráticas y promueven que sus hijos e hijas aprendan a
participar responsablemente en la toma de decisiones propias y de la familia.
Desde que
el currículum de educación se elabora, una clave fundamental de su éxito reside
en que la sociedad, a través de sus organizaciones y movimientos, participe sin
discriminación alguna, en decidir qué contenidos culturales y científicos
merecen ser seleccionados. Especial relevancia tiene que maestros y maestras de
más experiencia, también participen en este proceso de construcción, tomando en
cuenta que tienen experiencia directa de las características y demandas de la
niñez y adolescencia en contextos específicos.
Padres y
madres de familia también constituyen una clave esencial para que los
contenidos y competencias curriculares recojan sus aportes. Pero también las
comunidades originarias que poseen raíces culturales diferentes a la cultura
hegemónica, tienen el derecho a proponer contenidos, métodos y competencias
respondientes a sus necesidades. En fin, la construcción del currículum
representa la mejor oportunidad para que la sociedad, sus instituciones,
movimientos sociales, docentes y miembros de las comunidades educativas, colaboren
con la construcción del currículum, para que el mismo tenga un carácter
eminentemente democrático.
Cuando
las reformas educativas y transformaciones curriculares simplemente se imponen
sin responder a procesos de concertación amplia de la sociedad y de sus
culturas diversas, su destino es el fracaso.
De manera
particularmente relevante, cuando maestros y maestras simplemente se sienten
instrumentos de las reformas y transformaciones curriculares, tal actitud
antidemocrática se constituye en la semilla de su propio fracaso en la
práctica. Nuestra historia está repleta de tales fracasos. Por el contrario,
cuando los docentes son considerados, no solo responsables de aplicar el
currículum, sino también de su elaboración, se comprometen con más efectividad
en su práctica, enriqueciéndolo creativamente.
Al
interior de la comunidad educativa, es imperioso modificar la cultura
prevaleciente en sus dirigentes, volviéndolas democráticas, comprometiendo de
esta manera mucho más efectiva a padres, madres y líderes comunitarios en el
quehacer de la educación. Esta actitud democrática demanda de estos
funcionarios centrarse en mejorar su capacidad de servicio y no de reforzar su
poder.
Cuando en
el centro educativo los docentes se sienten respetados y tomados en cuenta en
las decisiones, logran participar democráticamente en reflexionar y compartir
experiencias, saberes y puntos de vista, reconstruyen su autoestima harto
rebajada, se sienten profesionales, importantes. En tanto los docentes
abandonen, como decía Paulo Freire, la “cultura del silencio y retomen la
cultura de la palabra”, tendrán mucho que decir, mejorarán sus niveles de
autoestima y responsabilidad por la educación, y aportarán más y mejores
iniciativas e innovaciones.
Esta será
la única manera de revitalizar, retroalimentar y enriquecer los objetivos y
contenidos curriculares. Es esta posición democrática altamente participativa,
la que, no solo reconstruye y reaviva el currículum muchas veces empobrecido y
diluido, sino también alienta en ellos una nueva forma dinámica de ser
maestros, más creativa, comprometida, con mayor autoestima y capacidad de
liderazgo pedagógico.
Pero
también la democracia ha de llegar a los estudiantes. El adultismo impide a
funcionarios, técnicos y directivos valorar las capacidades de niños y
adolescentes para tomar iniciativas, participar y proponer cambios relevantes.
Mientras niños y adolescentes no encuentren en el centro educativo variadas
oportunidades de participar y ejercer su capacidad de decisión, no podemos
afirmar que el derecho a la educación se haga realidad. Este, no se cumple solo
con el ingreso de la matrícula, sino demanda que el centro educativo se
convierta en un auténtico laboratorio de aprendizaje de la democracia. Pero
cuando docentes y estudiantes únicamente reciben mensajes políticos
unilaterales, acabarán pensando que la democracia es pensamiento único para
adoptar, sin pensar ni reflexionar críticamente, cualquier orientación
impuesta.
6 de marzo 2016
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