miércoles, 17 de agosto de 2016

Educar en y para la democracia



Rafael Lucio Gil *

La educación ha de tener en el centro de su interés a la persona del educando. Y esta, entendida en sus dos dimensiones que la integran: sus capacidades cognitivas, emocionales y espirituales; pero también como ser social que se complementa a sí mismo, en tanto vive en relación con los demás, participa como ser social, y toma decisiones con otros para mejorar y/o transformar la sociedad. Por tanto, la persona del educando se perfecciona a sí misma, en tanto logra armonizar en su formación de forma equilibrada ambas dimensiones.
La educación democrática es, por ello, cada día más, una clave esencial, no solo para que la educación sea vivenciada como un proceso democrático de construcción, sino también, prefigurando el futuro de los educandos, de manera que logren ser ciudadanos democráticos, participando en la vida pública, luchando por sus derechos, cumpliendo sus deberes familiares, institucionales y sociales, y participando e incidiendo en transformar el tejido social e institucional y la sociedad misma.
La educación democrática se inicia en la familia, en tanto padres y madres modelizan relaciones democráticas y promueven que sus hijos e hijas aprendan a participar responsablemente en la toma de decisiones propias y de la familia.
Desde que el currículum de educación se elabora, una clave fundamental de su éxito reside en que la sociedad, a través de sus organizaciones y movimientos, participe sin discriminación alguna, en decidir qué contenidos culturales y científicos merecen ser seleccionados. Especial relevancia tiene que maestros y maestras de más experiencia, también participen en este proceso de construcción, tomando en cuenta que tienen experiencia directa de las características y demandas de la niñez y adolescencia en contextos específicos. 
Padres y madres de familia también constituyen una clave esencial para que los contenidos y competencias curriculares recojan sus aportes. Pero también las comunidades originarias que poseen raíces culturales diferentes a la cultura hegemónica, tienen el derecho a proponer contenidos, métodos y competencias respondientes a sus necesidades. En fin, la construcción del currículum representa la mejor oportunidad para que la sociedad, sus instituciones, movimientos sociales, docentes y miembros de las comunidades educativas, colaboren con la construcción del currículum, para que el mismo tenga un carácter eminentemente democrático.
Cuando las reformas educativas y transformaciones curriculares simplemente se imponen sin responder a procesos de concertación amplia de la sociedad y de sus culturas diversas, su destino es el fracaso.
De manera particularmente relevante, cuando maestros y maestras simplemente se sienten instrumentos de las reformas y transformaciones curriculares, tal actitud antidemocrática se constituye en la semilla de su propio fracaso en la práctica. Nuestra historia está repleta de tales fracasos. Por el contrario, cuando los docentes son considerados, no solo responsables de aplicar el currículum, sino también de su elaboración, se comprometen con más efectividad en su práctica, enriqueciéndolo creativamente.
Al interior de la comunidad educativa, es imperioso modificar la cultura prevaleciente en sus dirigentes, volviéndolas democráticas, comprometiendo de esta manera mucho más efectiva a padres, madres y líderes comunitarios en el quehacer de la educación. Esta actitud democrática demanda de estos funcionarios centrarse en mejorar su capacidad de servicio y no de reforzar su poder.
Cuando en el centro educativo los docentes se sienten respetados y tomados en cuenta en las decisiones, logran participar democráticamente en reflexionar y compartir experiencias, saberes y puntos de vista, reconstruyen su autoestima harto rebajada, se sienten profesionales, importantes. En tanto los docentes abandonen, como decía Paulo Freire, la “cultura del silencio y retomen la cultura de la palabra”, tendrán mucho que decir, mejorarán sus niveles de autoestima y responsabilidad por la educación, y aportarán más y mejores iniciativas e innovaciones. 
Esta será la única manera de revitalizar, retroalimentar y enriquecer los objetivos y contenidos curriculares. Es esta posición democrática altamente participativa, la que, no solo reconstruye y reaviva el currículum muchas veces empobrecido y diluido, sino también alienta en ellos una nueva forma dinámica de ser maestros, más creativa, comprometida, con mayor autoestima y capacidad de liderazgo pedagógico.
Pero también la democracia ha de llegar a los estudiantes. El adultismo impide a funcionarios, técnicos y directivos valorar las capacidades de niños y adolescentes para tomar iniciativas, participar y proponer cambios relevantes. Mientras niños y adolescentes no encuentren en el centro educativo variadas oportunidades de participar y ejercer su capacidad de decisión, no podemos afirmar que el derecho a la educación se haga realidad. Este, no se cumple solo con el ingreso de la matrícula, sino demanda que el centro educativo se convierta en un auténtico laboratorio de aprendizaje de la democracia. Pero cuando docentes y estudiantes únicamente reciben mensajes políticos unilaterales, acabarán pensando que la democracia es pensamiento único para adoptar, sin pensar ni reflexionar críticamente, cualquier orientación impuesta.
6 de marzo 2016

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