Rafael Lucio Gil*
La
persona humana, ser individual y social, posee como atributo por excelencia su
capacidad de pensar. La persona nace con la posibilidad de educar y desarrollar
esta capacidad en todas sus dimensiones.
Tal
capacidad se constituye en el eje dinamizador de todo el quehacer humano,
envolviendo en unidad sistémica, las ocho inteligencias cognitivas, la
inteligencia emocional, la metacognición y autorregulación, la espiritualidad y
valores que movilizan toda actuación humana.
Desde el
ámbito de la ciencia, ya en el Renacimiento Sir Francis Bacon, científico que
murió encarcelado por defender la experimentación en la ciencia, afirmaba:
“Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota;
quien no osa pensar es un cobarde”.
A su vez,
Albert Einstein nos plantea que “el valor de una educación no es el aprendizaje
de muchos datos, sino el entrenamiento de la mente para pensar”. Y más
recientemente, Paulo Freire nos aclara con suma transparencia, su compromiso
con la educación al afirmar: “lucho por una educación que nos enseñe a pensar y
no por una educación que nos enseñe a obedecer…, enseñar exige respeto a la
autonomía del ser del educando”.
Nuestro
espacio educativo nacional requiere reflexionar críticamente, cuáles son los
derroteros que camina. La sociedad, la empresa, padres y madres de familia,
movimientos sociales y actores sociales en general, expresan a menudo descontento
con la educación. A la par, la falta de acceso a la información, decisiones,
procesos y resultados educativos que debieran ser publicados, obliga a pensar
que se trata de una educación que actúa en privado con oídos sordos y como si
no fuera de carácter público.
Posiblemente,
la principal esperanza que tienen los sectores más sensitivos e interesados en
la educación, es la de cómo superar las profundas debilidades que esta presenta
en la formación del pensamiento lógico, argumentativo, crítico, creativo e
innovador del estudiantado. Ejemplos de ello se ubican en los pobres resultados
de las pruebas regionales (Terce y Serce de Unesco), el bajísimo rendimiento en
las pruebas de ingreso a la educación superior, las maneras cómo docentes y
estudiantes se expresan cuando comentan sus saberes y opiniones. La vergüenza
que padece la sociedad es aún mayor, cuando jóvenes escolares repiten sin
comprender lemas políticos o son utilizados como portátil en eventos políticos,
sirviendo de cajas de resonancia de otros que piensan por ellos.
Educar el
pensamiento de la niñez y adolescencia representa, más allá de que aprendan o
no contenidos, la principal capacidad que deben aprender a desplegar. Pero la
actuación pedagógica docente, se basa más en dar las respuestas y evaluar su
repetición precisa.
En
contraste, como expresa P. Freire, “es necesario desarrollar la pedagogía de la
pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los
profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho”; se trata de que
enseñen preguntando para que aprendan preguntándose.
Cuando el
alumnado no desarrolla el pensamiento independiente, es presa fácil de
imposiciones políticas, usa la tecnología sin criterio ni herramientas con qué
defenderse de sus peligros, y copian y pegan sin procesar ideas. Más que
educarse, acaban cosificándose y siendo instrumentos del pensamiento e
intereses de otros, entregando su libertad de decidir a quienes decidirán por
ellos. Cuando en el centro educativo se prohíbe disentir y pensar distinto, se
enseñorea el temor y el miedo, instalándose el estado de sitio a la
inteligencia y el pensamiento.
Es
imprescindible, si queremos pensar un futuro posible como país, realizar
transformaciones profundas en esta educación, con espacios pedagógicos y de
formación docente alternativos:
-Repensar
los currículos actualizando contenidos, centrados en desarrollo de competencias
de pensamiento crítico, creativo e innovador.
-Reemplazar
la pedagogía de las respuestas por la de la pregunta, que motive a pensar
distinto, de forma divergente, a dar razones de las ideas, aprendizajes y
decisiones.
-Introducir
en el aula la problemática social de la comunidad y el país como contenidos de
debate. Cambiar de raíz en los nuevos libros de texto, la “pedagogía de la
alabanza al poder”, por “la pedagogía de la problemática y sentir de la
comunidad”, “la cultura del silencio por la de la palabra”.
-Hacer
efectivo el desarrollo de las competencias cognitivas, metacognitivas y
autorreguladoras, instigadoras del autoconocimiento, la libertad y toma de
decisiones autónomas.
30 Junio
2016
* Ideuca
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