El Nuevo Diario
Rafael Lucio Gil IDEUCA | Opinión
La
educación demanda de la persona humana un proceso de mucha exigencia a lo largo
de toda la vida. Requiere esfuerzo sostenido de las instituciones educativas, y
un celo exquisito para velar por su calidad.
La
globalización nos ha invadido con más promesas que realidades. Si bien, las
oportunidades que ofrece a la educación están a la vista, buena parte de ellas,
el país aún no las aprovecha. El esfuerzo que la tecnología y medios de
comunicación nos demandan cada vez es menor, todo lo tenemos a mano, no
sentimos necesidad de pensar y analizar mucho lo que se nos ofrece ya
“empacado”. Otros piensan por nosotros. Nos brindan resultados, todo hecho, sin
necesidad que podamos interactuar, analizar, preguntar, criticar, replicar.
La
educación, ante esta realidad que transmite nuevos códigos a los menores, y que
solo demanda el esfuerzo de repetir sin necesidad de pensar, se encuentra sin
respuestas. Educadores se quejan de que los estudiantes no están motivados,
solo les interesa su celular, internet, etc. Parecieran dos lógicas divergentes
que se separan más cada día.
El
currículum educativo muy poco dice de esta realidad; quiere predominar en este
duelo de titanes, frente al “éxito” que la tecnología, al margen de la escuela,
está teniendo con los más pequeños. Pareciera que el currículo y los métodos de
enseñanza aún no se han percatado, queriendo imponerse sin negociación alguna
con los estudiantes.
El
currículum y sus métodos pedagógicos debieran asumir la importancia que tiene
el buen uso de la tecnología, brazo poderoso para la enseñanza y el aprendizaje
con calidad y sentido ético. Ante este silencio, los estudiantes marchan en
soledad, utilizando la tecnología sin orientación ni precaución alguna, para
copiar y pegar información, sin ningún procesamiento y análisis.
Es
así como la educación desaprovecha la tecnología, abriendo grandes abismos
entre lo que quisiera enseñar y cómo lo enseña, y lo que los estudiantes
quisieran aprender con otros métodos. El uso de la tecnología queda reducido a
“facilitar” la búsqueda de información, a copiarla y pegarla, ante la
ingenuidad de maestros y maestras, ajenos a este facilismo corrosivo. La brecha
se amplía y más, en tanto el docente no tiene oportunidad de aprender y
utilizar la tecnología para enseñar más y mejor, ante estudiantes “expertos” en
utilizarla, aunque exponiéndose a nuevos peligros y navegando solos en los
cruces peligrosos de las autopistas de la información.
Los
últimos descubrimientos publicados al respecto en algunas revistas
especializadas en el área de la psicología, plantean evidencias de un nuevo
desajuste en los más jóvenes como producto de su dependencia en internet y el
celular. Lo denominan “Tempo cognitivo lento”. Se expresa en la pereza aguda
que muestran en su cognición y capacidad para aprender, esforzarse, razonar,
concentrarse, en tanto su capacidad cognitiva funciona excesivamente lenta.
Estos
medios mal utilizados, generan pereza mental, incapacidad para fijar la
atención, trastocan el modelo de racionalidad convencional, por otro que solo
acepta lo fácil. No nos extrañe esto: ¿Podrá competir pedir a los estudiantes
que mejoren su fluidez y comprensión lectora, cuando los medios tecnológicos
les enseñan a recibirlo todo sin esfuerzo alguno?
Es
hora que tal situación logre ser revertida, optimizando al máximo los medios
tecnológicos en la escuela. Qué bueno que a maestros y maestras, el Mined les
entregue una computadora personal. Será aún mejor, si se les prepara para que
la utilicen en su propia formación permanente, y para enseñar con mayor
propiedad y pertinencia, respondiendo mejor a los códigos que entienden mejor
sus estudiantes. Acortar esta brecha urge. Mañana puede ser demasiado tarde.
18
de julio de 2014
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