viernes, 20 de marzo de 2015

Educar la inteligencia ética



El Nuevo Diario
Rafael Lucio Gil  /   IDEUCA

Por lo general no solemos tomar en cuenta en la educación la importancia de la inteligencia ética. Si bien son ampliamente conocidas las ocho inteligencias  que menciona H. Gardner, otro grupo de autores se pronuncian también por la inteligencia ética.
Lo importante es que la educación, en todos sus niveles, tiene el cometido, no sólo de desarrollar diversas competencias lingüísticas, científicas, matemáticas, etc., sino también otras que, por lo general, se escapan de las evaluaciones del aprendizaje que se realizan al nivel internacional (Pruebas PISA, etc.), y en las nacionales. Tal pareciera que no se tratara de algo importante para el desempeño ciudadano y laboral de jóvenes y adultos. Estas evaluaciones, por lo general, fijan su atención en competencias enormemente restrictivas, que son funcionales con las demandas laborales de las empresas, dando por sabido que, el comportamiento ético ya viene dado, por lo que no pareciera necesario desarrollarlo en la práctica concreta.
Una mirada al desempeño de partidos políticos y de profesionales de diferentes entes, muestra el poco aprecio que se tiene hacia esta inteligencia ética y su puesta en práctica, en los ámbitos personal, ciudadano y de servicio.
Contrario a esta realidad, investigaciones recientes muestran que, el desarrollo de esta inteligencia ética, no se improvisa. Requiere que niños, niñas, adolescentes y jóvenes, puedan observar, de forma sistemática, comportamientos éticos en la familia, la escuela y el ecosistema social de su entorno.
En consonancia, también se evidencia que sólo aprender buenas costumbres y comportamientos, no garantiza en absoluto la modificación de las conductas de los aprendices. Este comportamiento ético es un fenómeno social que tiene que ver con los objetivos e intenciones que tengamos. Se trata de un aspecto de la inteligencia general que se relaciona con la capacidad que tengamos de actuar, ayudando a los demás, siendo considerados y compasivos.
Por ello, la educación que proporcionemos debe orientar el desarrollo de este componente de la inteligencia, en consonancia con nuestra realización como personas sociales, profundamente sensitivas hacia las cuestiones morales, orientando la vida hacia un equilibrio entre estas dos dimensiones personal y social.
Por lo general, niños y jóvenes que lo tienen todo, no son felices. Estudios diversos (UNICEF y otros), ponen de manifiesto, que los jóvenes más felices son aquellos que perfilan ideales y atributos positivos en sus vidas. Algunos estudios más recientes muestran que las preocupaciones que están más arraigadas en las personas suelen ser positivas: aversión al daño, autoprotección, justicia, lealtad, respeto a la autoridad y respeto a la pureza individual de las demás personas. No obstante, si bien es cierto que los humanos somos racionales -l homo sapiens-, también lo es que  la irracionalidad - homo demen - es también parte nuestra, por lo que la educación debe enfatizar el desarrollo continuo de las capacidades racionales más positivas desde la niñez.  Se trata de orientar la educación a perseguir los objetivos y pasiones personales más compatibles con el bien común.
Este desarrollo moral no se correlaciona con que niños(as) y jóvenes aprendan definiciones de valores y comportamientos sanos y respetuosos,  pero sí guarda estrecha relación con el ejercicio práctico de comportamientos procesuales y graduales en la familia y la escuela.
Este proceso de construcción de la inteligencia ética desde la niñez se puede concretar en fases como estas: comenzar por aprender a cumplir reglas sencillas, desplazarse hacia un conjunto dinámico de relaciones interpersonales, avanzando al desarrollo de buenos propósitos para con los demás por medio del amor, la empatía, la confianza. Sin duda que ello requiere crear entornos y modelajes en la familia, la escuela y la sociedad, que posibiliten este desarrollo procesual.
Por desgracia, las tensiones que generan la la educación la sociedad, la empresa y la misma escuela, se vienen orientando a la búsqueda del éxito profesional, económico, científico de los jóvenes y profesionales, que no toma en cuente un comportamiento regido por principios éticos. Esta realidad demanda transformar la educación en todos sus niveles, tomando muy en serio la incorporación curricular práctica del desarrollo de la “ciencia de los puntos fuertes”, definitorios de un nuevo modelo social regido por el conocimiento y el comportamiento moral, por el talento y el talante.
La familia y los centros educativos requieren desarrollar o fortalecer sensiblemente un modelo educativo, construyendo entornos educativos capaces de convertirse en laboratorios vivenciales, en los que se pongan en acción comportamientos éticos. Ello supone que el currículum también asuma el desarrollo práctico de la inteligencia ética, pero traducido en prácticas cotidianas coherentes con los principios de la ética.
Este currículum explícito traducido en los programas de enseñanza, es imprescindible que vaya  acompañado del currículum implícito u oculto, en el que converjan todos los modelos y comportamientos éticos prácticos (ejemplo y coherencia de vida) de la dirección del centro educativo, la familia y, sobre todo, de maestros y maestras. Unido a ello, como país, necesitamos superar las contradicciones que se expresan con frecuencia, entre un discurso moralizador y una práctica contradictoria, de parte la clase política y las instituciones. Su impacto en la juventud es demoledor y frustrante. Revertir esta contradicción, contribuirá a que adolescentes y jóvenes se enamoren de su país.
11 de octubre 2014

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