Rafael Lucio Gil*
20 septiembre 2015
En las últimas décadas, las Cumbres Mundiales de
Educación y múltiples iniciativas de reformas educativas de los países más
preocupados por su educación, sobresale el interés de priorizar el aprendizaje
básico de la lectura y la escritura y la aritmética. De hecho, tanto la Cumbre
Mundial de Educación para Todos de Jomtiem (Tailandia, 1990), como su
rememoración en Dakar (Senegal, 2000), y el reciente Foro de Incheon, Corea del
Sur, reiteran este interés.
El aprendizaje de la lectoescritura y su
desarrollo hasta lograr su nivel de madurez en la educación escolar, representa
la antesala y condición imprescindible para que la calidad de los aprendizajes
logre darse. Cuando este aprendizaje no se logra desde los primeros años de la
educación, se hipoteca la calidad de las profesiones y el futuro de la
sociedad, su desarrollo humano y económico.
Al pasar revista a los diferentes niveles
educativos podemos constatar este drama profundo, al que aún no se le da la
importancia debida. Los jóvenes que llaman a las puertas de la universidad, en
su mayoría, fracasan en este intento, precisamente porque su condición lectora
y escritora es extremadamente deficiente. Ello les impide, no solo leer con la
fluidez requerida, sino de manera particular, comprender lo que leen,
impidiéndoles resolver exitosamente las cuestiones relativas a la prueba de
español, e incluso la de matemáticas.
Lo anterior pone de manifiesto que el proceso de
desarrollo de esta habilidad lectoescritora, en el continuum curricular de la
educación básica y media, no se está logrando, comprometiendo gravemente un
amplio conjunto de competencias de aprendizaje, cuya calidad está en
dependencia del logro previo de esta competencia.
Lo grave del caso es que, cuando esta
metacompetencia no se logra en los primeros niveles, tampoco se superará en la
educación superior, trasladando este déficit al ámbito profesional, con las
consecuencias funestas que ello conlleva. En este mismo sentido, la falta de
comprensión de lo que leen y escriben, se convierte en el principal
obstaculizador de su aprendizaje y de su futuro profesional. Lo más triste, a
este respecto, es que la falta de metacomprensión y metaescritura hace que los
propios educandos no tengan conciencia de que no están comprendiendo lo que
leen y escriben.
Las raíces de este grave problema educativo
debemos ubicarlas en la formación que reciben maestros y maestras en su
preparación inicial. Efectivamente, la escuela normal tiene la función de preparar
a los futuros educadores en los contenidos y competencias científicas de las
disciplinas que deben enseñar, y en las capacidades pedagógicas y didácticas
que posibiliten esta transferencia. Para ello estudian más de veinte
asignaturas, sin intensificar su preparación en lectura y escritura, a
sabiendas que la preparación con que ingresan sus aspirantes a la escuela
normal es sumamente deficitaria. Basta visitar escuelas, particularmente en el
ámbito rural, para darse cuenta de los problemas ortográficos y lectores de
maestros y maestras normalistas.
Lo dicho permite entender que los hábitos
lectores y de escritura de la ciudadanía en general también sean precarios, lo
que tiene sus raíces en los débiles hábitos lectores de maestros y maestras y
la forma exponencial con que sus consecuencias funestas se multiplican en la
niñez y juventud. Contribuye a reforzar este panorama el encarecimiento de los
libros que se venden en las librerías y el poco acceso que tiene a ellos la
ciudadanía.
Las alcaldías, por lo general, aún no se están
ocupando con la prioridad debida, de promover la cultura y cultivo de la
lectura. Otros organismos comunitarios y organizaciones de la sociedad civil
también debieran interesarse y promover estos hábitos esenciales para que otros
aprendizajes se puedan alcanzar. En tanto, padres y madres de familia tomen
conciencia y se comprometan en promover la lectoescritura en casa, estarán
sentando bases firmes para el futuro profesional de sus hijos e hijas. En este
orden, muchos comunicadores a cargo de diversos programas televisivos y
radiales, muestran debilidades notables en sus formas de expresión, que sirven
de contraejemplos para la ciudadanía, convirtiéndose en reproductores eficaces
de las incorrecciones en el lenguaje.
Ciertamente hay iniciativas encomiables que
promueven el interés por la lectura en niños, niñas y jóvenes. Sin embargo, no
cuentan con la facilidad para apoyar a los centros educativos públicos.
Un esfuerzo importante de Usaid, en este sentido,
es relevante de manera particular por las consultas que viene realizando con
actores interesados y especializados de todo el país, con la intención de
formular propuesta al Ministerio de Educación, que pudieran contribuir a la
toma de decisiones y formulación de políticas educativas en este terreno.
A la par de estas iniciativas de algunos de estos
esfuerzos, es preciso lograr que la matriz donde se origina esta problemática
pueda ser controlada y superada. Una revisión del currículum de primaria y
secundaria posibilitaría incluir o reforzar aspectos que fortalezcan procesos
de afianzamiento de competencias de lectoescritura madura. Esto, sin embargo,
no tendría mayor sentido si a la par no se lograra consensuar una política
específica dirigida a intensificar la preparación inicial y permanente de la
competencia lectora y escritora de maestros y maestras de primaria y
secundaria.
*Doctorado en Educación y Didáctica de
las Ciencias.
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