Rafael Lucio Gil *
Managua,
Nicaragua 27 Julio 2015
Desde los
inicios de nuestra sociedad, la familia desempeñó el lugar fundamental en la
educación, organizándose posteriormente la educación escolar como un
complemento necesario.
Al correr
de los años, de manera particular en las últimas décadas en nuestro país, si
bien esta función de la familia es ampliamente reconocida en el imaginario y
representaciones sociales de la sociedad, en la práctica la educación que
reciben los menores en el seno familiar se ha venido descuidando e incluso
distorsionando, hasta el punto de delegar por completo, cómodamente, tal
función a la escuela.
Este
hecho complejiza cada día más la educación escolar, de por sí débil y de mala
calidad, constituyéndose en parte del problema y no de la solución de la
sociedad que queremos.
El tema
merece ser visto desde varias perspectivas. La familia viene percibiendo la
mayor complejidad de la problemática social, económica y cultural que vive el
país, a la que se suman los numerosos efectos contradictorios provocados por la
globalización y el uso de la tecnología. Tales influencias se presentan como
oportunidades de aprendizaje, ante el vacío y perplejidad de la familia que se
siente incapacitada para responder a ellas, se convierten en el peor de los
casos en graves peligros para los menores.
Este
fenómeno acaba envuelto en un círculo vicioso producto del bajo nivel educativo
de padres y madres, lo que hace que las familias con menos saberes y valores
básicos, fácilmente desistan de su papel clave, endosando la resolución de la
problemática educativa de sus hijos a la escuela, la que tampoco se siente
preparada para realizar su propio papel.
Este
vacío de educación familiar, difícilmente se logrará compensar en la escuela. Y
es que la familia constituye, por sí misma, el nicho ecológico natural por
excelencia, facilitador del desarrollo integral de quienes la componen, en
especial de los más jóvenes. Pero esta oportunidad natural, fácilmente se
termina por anular e incluso tiende a convertirse en un entorno nocivo, en la
medida que gran cantidad de familias viven envueltas en conflictos y rupturas
matrimoniales y, en el peor de los casos, acaban siendo generadoras de diversas
formas de violencia intrafamiliar.
En estos
casos, los efectos del mejor currículum escolar elaborado, sucumben frente al
currículum oculto negativo generado en estas familias. Así, mientras el
discurso familiar se limita a brindar consejos a hijos e hijas, su modelaje
práctico de valores los acaba negando.
Ante esta
realidad la escuela se lamenta sin capacidad para comprender y, en
consecuencia, con total pérdida de iniciativa para concertar estrategias
educativas claves, capaces de atraer a las familias y proporcionarles
herramientas efectivas para una educación de calidad.
Los
estudios que se realizan en la región sobre esta problemática, evidencia graves
desajustes entre la escuela, la familia, la comunidad y el estado mismo.
Mientras la comunidad y su entorno social sufren cambios profundos, la escuela
resiste a cambiar su modelo tradicional, sin realizar cambios prácticos que le
ayuden a conectar con las viejas y nuevas demandas sociales y familiares. En
Nicaragua este estado de cosas muestra brechas aún mayores.
Algunos
programas educativos desarrollados por Ideuca muestran que esta realidad de
incomunicación entre la escuela, la familia y la comunidad puede cambiar. Tales
cambios, sin embargo, no son fáciles, requieren de procesos de formación sostenidos
de las partes. Hemos comprobado que cuando padres y madres descubren el
significado e implicaciones de sus derechos y obligaciones con la educación de
sus hijos e hijas, se comprometen apoyando decididamente la gestión educativa
escolar. Sin embargo, también comprobamos que ello reclama de parte de
directores y docentes, dosis de humildad y capacidad de escucha para aceptar
que el centro educativo necesita de esta participación, fuente de compromisos
concienzudos de la comunidad educativa.
La escuela
de padres demanda mucho más que la mera transmisión de información. Exige que
la cultura hegemónica de la escuela aprenda a dialogar, con fuerte dosis de
humildad y transparencia, con la cultura popular, sin imposiciones ni
exigencias, comprometiendo a las familias a convertir el hogar en el mejor
ejemplo de educación, y tomando acuerdos que conviertan a la escuela en un
recinto ejemplar de práctica de los derechos humanos.
*Ideuca
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