Rafael Lucio
IDEUCA
21 de julio 2015
La educación no reduce su
escenario de acción a la escuela, va más allá. Pero la escuela, es el entorno
más organizado, una red poderosa para llevar a cabo la educación. Tal
escenario, no obstante, hoy está sobrepasado por el poder y capacidad de la
tecnología. Por ello el centro educativo merece toda nuestra atención, como
referente básico de la acción educativa organizada.
La dirección del centro educativo
ha sido estudiada por corrientes gerenciales diversas, ante la poca capacidad
de las ciencias de la educación para desarrollar un modelo teórico específico
de gestión educativa. Otros autores han visto la gestión del centro educativo
como “terreno de conflictos”. Otros han “copiado” modelos gerenciales de la
empresa, sin tomar en cuenta que la educación ha de tener un modelo propio, por
cuanto merece estar orientada al desarrollo de capacidades humanas y no a
producir objetos de consumo. En las últimas décadas, frente a esta pugna de
sentidos, el debate científico educativo ha generado modelos de gestión
propios, que luchan ante la resistencia de los modelos previos.
Estos nuevos modelos de gestión
se centran en la calidad de la enseñanza y el aprendizaje. El Laboratorio de
Educación de la Oficina Regional de la UNESCO (OREAL), después de haber
aplicado Pruebas de Desempeño en la mayoría de países de América Latina, ha
sistematizado los factores más representativos que están vinculados a los
resultados del aprendizaje, sobresaliendo la calidad de la gestión que realiza quien dirige el centro educativo.
Siendo este factor tan relevante
para el desarrollo de capacidades de los educandos en nuestra educación, es
importante reflexionar críticamente sobre algunas características del
funcionamiento de la dirección de nuestros centros educativos. Al respecto,
merece resaltar al menos, estos componentes: El ámbito psicosocial, el
desarrollo del currículum-enseñanza-aprendizaje, la capacitación y
actualización, la participación en la gestión, y la administración.
Un necesario punto de partida es
la obligación que tiene el estado, de que quienes sean seleccionados para
dirigir los centros educativos, cuenten con la formación y preparación debidas,
evitando la improvisación y aplicación de criterios ajenos al hecho educativo.
Es evidente que en el centro de
estos componentes debiera ubicarse “el desarrollo del currículum-enseñanza-aprendizaje”,
pero nuestra historia educativa muestra que se trata, en la práctica, de la
tarea a la que menos tiempo dedican los dirigentes de centros educativos.
Vinculada a este componente se encuentra
“la
capacitación y actualización” de dirigentes y docentes. Al respecto, la
tendencia histórica y actual acusa graves vacíos que debieran ser llenados,
logrando que cada centro genere su propio plan de capacitación y actualización,
a partir de un Plan Nacional de Formación y Actualización de directores y
docentes que debiera existir; esta realidad influye en que los centros, más que
tomar iniciativas propias, estén a la espera de las actividades de formación,
aún coyunturales, de parte del MINED.
Cuando fijamos la atención en “la
participación”, como un liderazgo compartido y estrategia para lograr
“una inteligencia repartida y compartida”, podemos apreciar que la gestión
directiva prevaleciente y solitaria, desperdicia la oportunidad de contar con
una “inteligencia poderosa” y articulada, que podría aportar mucha calidad a la
gestión. Participar en la toma de decisiones por parte de docentes, comunidad y
estudiantes, fortalece la gestión y responsabilidad en las decisiones y
resultados educativos.
El “ámbito psicosocial”, tan poco tomado en cuenta en nuestros
centros, actúa como un determinante debilitador del resto de componentes.
Cuando los conflictos en la relación humana entre docentes, directores,
estudiantes y comunidad, actúan como “currículum oculto”, su influencia
negativa en la educación, acaba anulando la influencia que debiera tener el
currículum explícito, la enseñanza y el aprendizaje.
Finalmente, el “componente
administrativo” absorbe buena parte del quehacer de los
directores. El reciente pasado de la
“autonomía escolar” puso en lugar preeminente este componente descuidando la
labor esencial con consecuencias desafortunadas, política que felizmente fuera
abolida en su momento. Pero esto ha tomado otro cariz, absorbiendo a directores
un tiempo importante en tareas que no corresponden al centro educativo.
Reflexionar crítica y
propositivamente en la lógica actual que debiera tener la gestión educativa, si
pretendemos mejorar la calidad de los aprendizajes, debería constituir una
tarea prioritaria de nuestra educación.
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