Rafael Lucio Gil/Ideuca
09-06-2015
La educación es vital para la vida de cada individuo que se completa a
 sí mismo en tanto interactúa con los demás generando procesos de 
intersubjetividad y crecimiento cognitivo, emocional y espiritual.
La educación es un factor clave del desarrollo humano y económico. 
Cada día más, en este mundo globalizado, la educación no se reduce a la 
escuela que se siente sobrepasada en las tareas que la sociedad y el 
estado le están delegando. Pretender reducir toda su responsabilidad a 
la escuela, como parece estar sucediendo, supone descargar a la familia,
 al sistema cultural público y privado, a las tecnologías de la 
información y los medios de comunicación social, de la responsabilidad 
que tienen que asumir y que posiblemente no están asumiendo en su deber 
educacional.
En cualquier caso, el peso fundamental de la educación descansa en 
que sus contenidos y competencias sean pertinentes, correspondiéndose 
con las necesidades y los contextos de vida del estudiantado, situándose
 en su vida cotidiana, así como en su realidad cultural, económica y 
humana que les acoge.
La ciencia de la didáctica moderna y la psicología del aprendizaje 
han investigado sobradamente que, lo que se aprende en condiciones 
artificiales (el aula), fuera o al margen de los contextos cotidianos en
 que deberá ser aplicado en la práctica, difícilmente logra ser 
transferido por los aprendices cuando requieran utilizarlo en sus 
contextos habituales.
Lo anterior plantea a nuestra educación un examen a fondo del 
currículum, con sus contenidos y competencias, y la preparación que 
tienen los docentes para presentar estos contenidos y desarrollo de 
competencias desde una perspectiva situada en los contextos complejos de
 vida de los estudiantes. Tal desafío conlleva aún mayores 
requerimientos para la escuela rural, dado que el currículum y los 
métodos de enseñanza y aprendizaje poseen un carácter genérico para todo
 el país sin atender las especificidades que presenta la ruralidad.
Lograr que la educación esté situada descansa en varios frentes que 
interactúan entre sí: la concepción y contenidos del currículum y los 
métodos de enseñanza que le acompañan; la formación que reciben los 
profesionales de la educación y sus vínculos que deben darse con el 
conocimiento de los contextos en que desarrollan su trabajo; los 
vínculos que los centros educativos poseen con las comunidades en las 
que desarrollan su trabajo.
Frente a estas intenciones que por lo general suelen estar 
tímidamente reflejadas al nivel curricular, la realidad que vive la 
educación en los centros educativos, se presenta bastante distante de lo
 esperado. Me atrevería a decir que, el principal vacío que hoy 
experimenta la educación del país, es el distanciamiento tradicional e 
histórico existente entre el conocimiento científico que se enseña en 
las aulas, las metodologías que se emplean y su conexión con la realidad
 de la vida cotidiana de los estudiantes, sus códigos culturales, y su 
utilidad y posibilidad de aplicación en los contextos específicos de 
vida.
Algunas investigaciones y observaciones realizadas sobre qué y cómo 
se enseña en centros educativos, reflejan una realidad muy preocupante 
que merece ser transformada. Persiste, en gran medida, la presencia de 
libros de texto descontextualizados, al margen de la cultura hegemónica 
del país y culturas étnicas originarias. El propio currículum y los 
programas que se desprenden de él, ya presentan un fenómeno interesante:
 mientras el primero plantea aspectos de interés con cierta mirada hacia
 los contextos, tales buenas intenciones se desdibujan en los contenidos
 y enfoques que presentan los programas, instrumentos claves que deben 
manejar los docentes; por ejemplo, mientras se orienta en el currículum 
aplicar metodologías constructivistas, los programas continúan siendo 
tradicionales.
La formación de maestros en las escuelas normales está sobrecargada 
de asignaturas, padeciendo dos males crónicos: la mayor parte de su 
currículum se centra en aprender las didácticas específicas, con un 
reducido perfil de contenidos científicos referidos a los contenidos que
 deberán comprender y enseñar en las escuelas; en este proceso, una 
formación que debiera descansar en un conocimiento profundo de los 
contextos y particularidades que rodean, por ejemplo, a las escuelas 
multigrado(rurales), no ocupa el orden de prioridad requerido.
En otra esfera, la formación que proporcionan las facultades y 
escuelas de educación de las universidades, resulta ser, aún, mucho más 
descontextualizada. La lógica básica pediría que sus currículos de 
formación debieran responder a las necesidades y características del 
nivel de la educación secundaria en el que se desempeñan sus estudiantes
 maestros. Sin embargo, se trata de dos tipos de currículos que no 
interactúan cuando las universidades desarrollan transformaciones 
curriculares. Ello ocasiona que esta formación docente mantenga una 
desconexión profunda con los contextos en que los maestros desarrollan o
 desarrollarán su misión.
Estos breves elementos son suficientes para explicar lo que suele 
suceder en las aulas al nivel nacional. Los conocimientos y las 
competencias que se enseñan y desarrollan, están alejados del contexto y
 sus especificidades culturales, lo que ocasiona aprendizajes mecánicos,
 sin significado, que no conectan con la realidad que les rodea. La 
cultura hegemónica se muestra incapaz de conectar con la cultura popular
 y sus códigos. Ello replantea la necesidad de una transformación 
educativas capaz de superar el pedagogicismo tradicional e incorpore una
 pedagogía crítica que ayude a formadores y maestros a establecer 
conexiones profundas entre el saber, los métodos de enseñanza y los 
aprendizajes que requieren ser fructíferos en los contextos 
comunitarios.
 
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