Rafael Lucio Gil / Ideuca
31-05-2015
Está claro que las demandas sociales de mayor calidad en la educación
están en proporción directa con el capital cultural que tenga la
ciudadanía. Ello explica que los sectores sociales más pobres, aún con
los graves déficits que presenta la calidad de nuestra educación, den a
la educación buenas calificaciones. Lo mismo ocurre cuando los sectores
más pobres valoran la calidad de la formación del personal docente que
atiende a sus hijos e hijas.
Cuando se analizan las representaciones sociales y mentales de estos
sectores sociales sobre la educación de sus hijos, alimentadas por la
influencia que ejerce en ellos el discurso hegemónico gubernamental,
pleno de imaginarios poco reales además de manipuladores de las
conciencias, podemos comprender aún más y mejor estas reacciones.
Hemos comprobado que, cuando se desarrollan procesos de formación con
padres y madres de familia y líderes comunitarios, provocando la
reflexión crítica sobre estas representaciones sociales y la realidad de
la educación, estos logran comprender los niveles de responsabilidad
que tienen en la educación de sus hijos e hijas, descubriendo sus
principales insuficiencias y logrando comprometerse concienzudamente en
el mejoramiento de la educación de los centros educativos en que se
forman sus hijos e hijas y, en particular, con la necesidad de que los
docentes mejoren la calidad de su formación.
En el plano de la comunidad y su implicación en la educación, como
país, aún tenemos mucho por andar. Ciertamente, este comportamiento
responde a un paradigma educativo que aún concibe la educación como un
proceso aislado de la dinámica y características de la comunidad en que
está inserta.
Esta autonomía y aislamiento del centro educativo con respecto a la
comunidad y el territorio en que está inserto, ha llevado a la educación
a una situación límite e insostenible, conduciéndola a procesos de
endogamia con la reproducción de sus propias debilidades y el
debilitamiento de la calidad de la enseñanza y el aprendizaje.
El discurso hegemónico que predomina en los centros educativos con
relación a la participación de padres y madres de familia en el centro
educativo, está cargado de pesimismo y negatividad. Se culpa a padres de
familia de estar ausentes de la educación de sus hijos, sin tomar en
cuenta que esta participación no se improvisa y requiere ser construida
conjuntamente. Además, demanda superar el coyunturalismo que solo
convoca a las familias para entregar y cuestionar los resultados del
desempeño de sus hijos.
La ausencia de esta mirada comunitaria en el currículum y la gestión
del centro educativo, acaba por perder de vista los grandes beneficios y
aprendizajes con que la calidad educativa debería beneficiarse, pero en
doble vía, también evidencia, cómo la escuela queda atrapada en su
intimidad sin lograr brindar a la comunidad múltiples oportunidades de
educación no escolarizada, no formal e informal para los diferentes
sectores comunitarios. Esta realidad resulta mucho más evidente para las
comunidades rurales.
Desde esta perspectiva de articulación comunidad-centro educativo, se
enriquece notablemente la calidad de la educación. Las exigencias y
oportunidades de formación inicial y permanente de calidad del personal
docente se incrementan. Los contenidos curriculares genéricos que atañen
a todo el país, toman contacto con la realidad comunitaria, hasta
lograr que las escuelas en conjunto con su comunidad, se propongan
trazar en conjunto un Proyecto Curricular de centro-comunidad.
Este, además de los contenidos del Currículum General que
corresponden a todos los nicaragüenses, incorpora contenidos específicos
que responden de forma directa al contexto y requerimientos de esa
comunidad. Siendo así, los contenidos de enseñanza y los aprendizajes
que se desprenden, tendrán notablemente muchas más posibilidades de
situarse en el contexto, ser significativos y de gran utilidad, ganando
en pertinencia, eficiencia y equidad, en definitiva, de calidad.
Transformar el paradigma actual de una escuela de bajísimo perfil,
enfundada en sus propios vicios y limitaciones, ajena a las comunidades
en que anidan y se enquistan, y con muros invisibles que las separan,
demanda un cambio de perspectiva que les anime ainiciar un diálogo entre
los centros educativos y sus comunidades.
Desde el Ideuca, nuestra experiencia reciente en la construcción de
estas Comunidades de Aprendizaje, proceso alentado por un Observatorio
de Calidad de los Aprendizajes interesados en asesorar y acompañar estos
procesos de transformación, ha mostrado que estas alianzas
bidimensionales son fructíferas y han dado resultados patentes. Desde
una perspectiva integral de educación de calidad, esta se enriquece con
una variedad de afluentes comunitarios que desembocan en la
transformación de la conciencia educativa, los modelos de formación y de
gestión, a la vez que gesta procesos de reflexión crítica y de
innovación, así como aprendizajes con mucho más sentido, significado y
utilidad para el desarrollo de la comunidad.
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