jueves, 30 de enero de 2014

La educación en su perspectiva humana, ética y participativa



 La educación en su perspectiva humana, ética y participativa
                                                                                              Rafael Lucio Gil   Ph. D.   IDEUCA
En mi artículo precedente: “La educación frente a sí misma y al Nuevo Año”, analizaba la urgencia de concertar un modelo educativo que parta del análisis franco de un conjunto de nudos críticos claves. Hay avances que se vienen dando en la educación, pero la rapidez con  que se operan cambios sociales y económicos, hace que los mismos, no sólo sean insuficientes, sino que han llevado al modelo educativo existente a un proceso de profunda fatiga y posible colapso. La brecha que se ha abierto entre el modelo educativo existente y los desafíos que tiene el país para superar la pobreza y lograr su desarrollo humano, se ha venido expandiendo.
En este artículo  nos centraremos en “la educación de todos, con todos y para todos” y la “perspectiva humana y ética de la educación”. En nuestra historia educativa, aún nos falta aprender como país que, toda propuesta de transformación de la educación, debe tomar muy en cuenta su naturaleza compleja, transversal e integral. La realidad histórica refleja una marcada tendencia hacia una educación anclada en sí misma, internalista, endogámica, autosuficiente, sin nexos reales con la realidad social, económica y cultural del país y el mundo global. No hay más que ver cómo la educación rural en la historia, no ha tenido la atención que requiere su elevado estatus en la producción de riqueza del país. La insuficiencia de la educación técnica respecto a las demandas del desarrollo del país, son otro ejemplo.
Superar esta brecha exige abordar la transformación desde una dimensión profundamente humana y social, con un entramado de relaciones e interacciones que atraviese los componentes económicos, sociales, productivos y culturales. Es esta dimensión profundamente humana y social, la que debe abrir nuevas rutas, quizás hasta ahora no suficientemente exploradas.
Ciertamente es el Estado responsable directo de dirigir la educación, pero los nuevos roles que la modernidad demanda de la ciudadanía, en tanto partícipe directa de viejos y nuevos derechos y deberes, abre una amplia compuerta a la participación social, con inmensas posibilidades, saberes y expectativas, propias de una sociedad ampliamente democrática y pluricultural. Es, por tanto, esta participación, la que deberá legitimar el modelo educativo concertado, imprimiéndole un sello de responsabilidad compartida, con la toma de conciencia genuina de la ciudadanía, que proporcionará mayor riqueza y compromiso en la construcción de procesos de calidad.
En este sentido, el país aspira a una “educación de todos”, que responda a las demandas y necesidades pluriculturales de todos los ciudadanos, no sólo en su diseño curricular sino, y sobre todo, en su despliegue práctico en los contextos reales. Pero también deberá ser una transformación que se haga “con todos”, sin distingos de ninguna clase. Ello implicará generar espacios de diálogo, reflexión y formulación de propuestas.
De forma similar, se espera que esta transformación, basada en estos dos requisitos, abrirá camino para que también sea una educación “para todos”; es así que la educación como derecho se perfilará con mayor realismo, transparencia y efectividad. En tanto se logre mayor participación social “de todos”, “con todos” y “para todos”, desde este nuevo modelo educativo, tal derecho podrá darse en toda su integralidad, superando los reduccionismos que se han venido negando a las potencialidades que debería cubrir tal derecho.
En tanto esta amplia participación se logra operar en varios niveles y ámbitos, aportará la fortaleza necesaria para que este nuevo modelo educativo responda al encargo social y diversidad del país, brindando a la educación la sustancia profundamente humana que merece, ubicando a las personas como centro, origen y fin del nuevo modelo educativo.
Esta perspectiva profundamente humana, que la historia del país ha venido difuminando y confinando, es necesario rescatarla y recuperarla. No sería coherente hablar de una Educación como Derecho, sin que éste incorpore la sustancia e ingredientes que lo deben conformar como tal. Hacerlo supondrá ubicar en esta centralidad a la persona. Así, recuperaremos el humanismo educativo, con la sensibilidad suficiente para insertarse como su centro de gravedad. Ello requerirá que el trastoque de fines en medios y de medios en fines que ha venido caracterizando a la educación, se invierta ubicando en el centro de la educación a la persona como su principio y fin, a la vez que reorientando y fortaleciendo todos los medios que contribuyan a hacer efectivo esta finalidad.
Abordar la educación desde su sentido ético no sería posible ni honesto, si no se lograra situar a la persona como centro en todo el quehacer educativo. Los valores humanos que de ello se desprenden, superarán cualquier eslogan, convirtiéndolos en la esencia y sustancia sin los cuales la educación se empobrece y debilita.
Pero estos valores que deben acompañar este modelo educativo profundamente humano, además de ser enseñados en el currículum, requieren ser vividos, modelados y practicados en todo el aparato educativo y, principalmente, en el desempeño y compromiso de dirigentes, docentes y gestores que asesoran al centro educativo. De esta manera, el currículum escrito oficial, será potenciado y ejemplificado por un currículum oculto-implícito positivo de valores en acción, lo que constituirá el principal germen axiológico de los futuros ciudadanos.

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