miércoles, 12 de marzo de 2014

Por una educación sistémica, equitativa y eficiente



                                                                Rafael Lucio Gil, Ph.D.                                                                                   IDEUCA
Tal como escribíamos hace un mes, se espera que este año facilite hacer un alto en el camino recorrido para identificar la direccionalidad educativa concertada, que nos permita avanzar como país. Urge formular un modelo educativo que responda a los desafíos que plantea su desarrollo humano pretendido. En esta oportunidad nos centraremos en dos nudos críticos que reclaman toda la atención: la educación como un sistema y su equidad y eficiencia.
Es necesario que la educación del país se organice como un sistema. Como tal, debiera cumplir con los principios que plantea la teoría de sistemas (recursividad, relación con el entorno, imput-output, finalidad, retroalimentación, entropía-negentropía, sinergia y autopoiesis). Pero no es momento de discutir tales características. Se trata más bien, de analizar la importancia estratégica y urgencia sistémica que tiene la educación del país.
La educación presenta una estructura fracturada, funcionando sus diversos niveles y modalidades de manera compartimentada, como islotes sin comunicación. Esto impide que los niveles y modalidades educativas se comuniquen entre sí y con el entorno, imposibilitando que todos sean transversalizados por corrientes energéticas sinérgicas, impidiendo que cada subsistema pueda articularse, no sólo con los demás subsistemas, sino también a nivel interno. Cuando se conjugan la desarticulación externa y la interna, la acción educativa se empobrece e interrumpe, impidiéndose que la savia que ha de recorrer todas sus partes, logre estender puentes y vasos comunicantes internos y externos a cada nivel, modalidad y subsistema. Al no existir los puentes y pasarelas entre ellos, se rompe el “continuum educativo”, obstruyendo los trayectos educativos.
Son muchos los ejemplos que podrían mencionarse al respecto, siendo sus efectos más visibles los siguientes: Desarticulación entre el subsistema universitario, la educación técnica y la educación básica y media; entre educación preescolar y primer grado de primaria; entre sexto grado de primaria y primer año de educación media. Estas discontinuidades afectan profundamente el éxito en el trayecto educativo de niños, niñas y adolescentes.
Este funcionamiento atomizado y desintegrado de los niveles y modalidades, está íntimamente vinculado a la equidad y eficiencia del aparato educativo. El acceso a la educación, uno de los componentes importantes de la equidad, se siente afectado en cualquiera de los niveles y modalidades del escenario educativo, dificultándose notablemente por efecto de las brechas existentes, en lo que debiera ser el continuum educativo. Así, niños y niñas en mayoría que no han cursado el preescolar, difícilmente podrán cubrir las exigencias del primer grado de primaria, al no haber desarrollado habilidades motoras, cognitivas y afectivas básicas; la mayoría de bachilleres acabarán frustrando sus ilusiones de continuar una carrera universitaria, por no haber sido preparados por el fallido continuum del bachillerato con respecto al ingreso universitario.
Pero la equidad no se agota con el ingreso de estudiantes al aparato educativo. Este es, apenas, el primer escalón del proceso de equidad. Lamentablemente, el nivel de educación primaria que recibe a estos niños y niñas, al no desarrollar las capacidades a las que cada estudiante tiene derecho, por efecto de una enseñanza tradicional y mecánica, precaria formación científica y pedagógica de los docentes, y falta de equipamiento y medios didácticos requeridos para facilitar la enseñanza y el aprendizaje, no cumple con las exigencias de la equidad: brindar a cada estudiante las condiciones para que desarrolle al máximo sus capacidades.
Se convierte, así, la educación en parte del problema y no de la solución. Acaba el país por contar con educaciones de diferentes categorías, una elitista y de más calidad para quienes la puedan pagar, con las condiciones pedagógicas necesarias; y otras de muy baja calidad, por no contar con las mínimas condiciones que faciliten aprendizajes de calidad. Se convierte la educación, de esta forma, por una parte, en fuente de segmentación social, trazando, desde temprana edad, los mecanismos de reproducción de la pobreza, y por otra, predestinando a los estudiantes que reciben educación de más calidad, a liderar los procesos políticos, sociales y económicos del país. De esta forma, siendo la educación derecho de todos y todas, acaba siendo trastocada en el mejor mecanismo de exclusión social, económica y política.
La negación de la equidad también se traduce en el fracaso escolar, cuando los estudiantes más pobres ingresan en peores condiciones de preparación, para lograr aprobar los primeros grados. Son candidatos tempranos a reprobar, repetir, frustrarse o abandonar el nivel educativo, convirtiéndose estos primeros grados en la principal fuente de analfabetas, al no haber aprendido a leer y escribir bien, renunciando a continuar estudiando, y convirtiéndose en los principales replicadores de la pobreza. Aún los índices de repetición del primer grado son elevados, y aún más elevados los índices de desgranamiento escolar a lo largo de toda la primaria. Así, la ineficiencia interna del aparato escolar del nivel acaba siendo muy elevada.
Este índice de desperdicio educativo, no acaba en el sexto grado. También la secundaria se desgrana con niveles sumamente elevados. Un conjunto de carreras universitarias, desgranan, también, sus indicadores de continuidad educativa con bajos niveles de graduados en tiempo oportuno. No es posible permanecer insensibles frente a esta curva de desperdicio de todos los niveles educativos y los costes que ello supone para el desarrollo del país.
Reflexionar y debatir estos nudos críticos para superarlos, se constituye en una clave estratégica para que la educación se convierta en parte de la solución del país.

28 de febrero 2014

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