Rafael Lucio Gil, Ph.D. IDEUCA
Tal como escribíamos hace un mes,
se espera que este año facilite hacer un alto en el camino recorrido para
identificar la direccionalidad educativa concertada, que nos permita avanzar
como país. Urge formular un modelo educativo que responda a los desafíos que
plantea su desarrollo humano pretendido. En esta oportunidad nos centraremos en
dos nudos críticos que reclaman toda la atención: la educación como un sistema
y su equidad y eficiencia.
Es necesario que la educación del
país se organice como un sistema. Como tal, debiera cumplir con los principios
que plantea la teoría de sistemas (recursividad, relación con el entorno,
imput-output, finalidad, retroalimentación, entropía-negentropía, sinergia y
autopoiesis). Pero no es momento de discutir tales características. Se trata
más bien, de analizar la importancia estratégica y urgencia sistémica que tiene
la educación del país.
La educación presenta una
estructura fracturada, funcionando sus diversos niveles y modalidades de manera
compartimentada, como islotes sin comunicación. Esto impide que los niveles y
modalidades educativas se comuniquen entre sí y con el entorno, imposibilitando
que todos sean transversalizados por corrientes energéticas sinérgicas, impidiendo
que cada subsistema pueda articularse, no sólo con los demás subsistemas, sino también
a nivel interno. Cuando se conjugan la desarticulación externa y la interna, la
acción educativa se empobrece e interrumpe, impidiéndose que la savia que ha de
recorrer todas sus partes, logre estender puentes y vasos comunicantes internos
y externos a cada nivel, modalidad y subsistema. Al no existir los puentes y
pasarelas entre ellos, se rompe el “continuum educativo”, obstruyendo los
trayectos educativos.
Son muchos los ejemplos que
podrían mencionarse al respecto, siendo sus efectos más visibles los
siguientes: Desarticulación entre el subsistema universitario, la educación
técnica y la educación básica y media; entre educación preescolar y primer
grado de primaria; entre sexto grado de primaria y primer año de educación
media. Estas discontinuidades afectan profundamente el éxito en el trayecto
educativo de niños, niñas y adolescentes.
Este funcionamiento atomizado y
desintegrado de los niveles y modalidades, está íntimamente vinculado a la
equidad y eficiencia del aparato educativo. El acceso a la educación, uno de
los componentes importantes de la equidad, se siente afectado en cualquiera de
los niveles y modalidades del escenario educativo, dificultándose notablemente
por efecto de las brechas existentes, en lo que debiera ser el continuum
educativo. Así, niños y niñas en mayoría que no han cursado el preescolar,
difícilmente podrán cubrir las exigencias del primer grado de primaria, al no
haber desarrollado habilidades motoras, cognitivas y afectivas básicas; la
mayoría de bachilleres acabarán frustrando sus ilusiones de continuar una
carrera universitaria, por no haber sido preparados por el fallido continuum
del bachillerato con respecto al ingreso universitario.
Pero la equidad no se agota con
el ingreso de estudiantes al aparato educativo. Este es, apenas, el primer
escalón del proceso de equidad. Lamentablemente, el nivel de educación primaria
que recibe a estos niños y niñas, al no desarrollar las capacidades a las que
cada estudiante tiene derecho, por efecto de una enseñanza tradicional y
mecánica, precaria formación científica y pedagógica de los docentes, y falta
de equipamiento y medios didácticos requeridos para facilitar la enseñanza y el
aprendizaje, no cumple con las exigencias de la equidad: brindar a cada
estudiante las condiciones para que desarrolle al máximo sus capacidades.
Se convierte, así, la educación
en parte del problema y no de la solución. Acaba el país por contar con
educaciones de diferentes categorías, una elitista y de más calidad para
quienes la puedan pagar, con las condiciones pedagógicas necesarias; y otras de
muy baja calidad, por no contar con las mínimas condiciones que faciliten aprendizajes
de calidad. Se convierte la educación, de esta forma, por una parte, en fuente
de segmentación social, trazando, desde temprana edad, los mecanismos de
reproducción de la pobreza, y por otra, predestinando a los estudiantes que
reciben educación de más calidad, a liderar los procesos políticos, sociales y
económicos del país. De esta forma, siendo la educación derecho de todos y
todas, acaba siendo trastocada en el mejor mecanismo de exclusión social,
económica y política.
La negación de la equidad también
se traduce en el fracaso escolar, cuando los estudiantes más pobres ingresan en
peores condiciones de preparación, para lograr aprobar los primeros grados. Son
candidatos tempranos a reprobar, repetir, frustrarse o abandonar el nivel educativo,
convirtiéndose estos primeros grados en la principal fuente de analfabetas, al
no haber aprendido a leer y escribir bien, renunciando a continuar estudiando, y
convirtiéndose en los principales replicadores de la pobreza. Aún los índices
de repetición del primer grado son elevados, y aún más elevados los índices de
desgranamiento escolar a lo largo de toda la primaria. Así, la ineficiencia
interna del aparato escolar del nivel acaba siendo muy elevada.
Este índice de desperdicio
educativo, no acaba en el sexto grado. También la secundaria se desgrana con
niveles sumamente elevados. Un conjunto de carreras universitarias, desgranan,
también, sus indicadores de continuidad educativa con bajos niveles de
graduados en tiempo oportuno. No es posible permanecer insensibles frente a
esta curva de desperdicio de todos los niveles educativos y los costes que ello
supone para el desarrollo del país.
Reflexionar y debatir estos nudos
críticos para superarlos, se constituye en una clave estratégica para que la
educación se convierta en parte de la solución del país.
28 de febrero 2014
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