viernes, 2 de mayo de 2014

Educar el pensamiento crítico



Por Rafael Lucio Gil * | Opinión

Suele ser habitual que los currículos en las diferentes administraciones educativas, incorporen el ‘pensamiento crítico’ como un eje transversal. En ello se impone, por lo general, más la moda, y no la sana intencionalidad de concretarlo transversalizando todo el quehacer educativo, particularmente los contenidos y métodos de enseñanza.
Sobre el tema, se teje una variedad de significados por parte de quienes diseñan y aplican el currículo, lo que hace que, al final, termine banalizándose por completo dicho eje.
El paradigma de reflexión crítica sobre la práctica ha invadido la literatura científico-pedagógica, particularmente en los ámbitos profesional y docente. Donald Shön propone cuatro niveles de reflexión crítica sobre la práctica: reflexión ‘antes’ de la acción, reflexión ‘en’ la acción, reflexión ‘después’ de la acción, y reflexión crítica ‘sobre’ la reflexión que se realiza (metarreflexión).
Sin duda que cuando los profesionales y docentes aprenden esta práctica reflexiva-crítica desde su formación, su desarrollo logra desplegarse a plenitud, contrariamente a quienes nunca han sido entrenados en ello. Esta formación, enraizada en la reflexión crítica de la práctica, se constituye en el principal dinamizador de la calidad educativa.
Es obvio que, cuando esta práctica no es practicada por el profesorado, difícilmente se podrá concretar este eje en el aula. La posibilidad de lograr que los estudiantes aprendan a ser críticos y autocríticos, descansa en que sus docentes lo sean.
Es importante animar al estudiante a pensar críticamente sobre el contexto mundial y nacional, dado que el conocimiento que tienen de la realidad se les revela ambiguo, equívoco y misterioso. Al nivel curricular, es recomendable que las disciplinas en cuyo interior se generen procesos indagativos y críticos, se puedan yuxtaponer entre sí, no presentándolas de forma exhaustiva en relación con su área de conocimiento, en tanto se busca que dicha disciplina sea tratada en forma problematizadora.
En este contexto, el docente adopta una posición de falibilidad y no de autoritarismo. Ello contribuirá a que los estudiantes sean reflexivos, pensantes y críticos, de manera que logren incrementar su capacidad de razonabilidad. Se trata de que el foco del proceso educativo no sea la adquisición de información, sino la indagación de las relaciones en la materia bajo investigación y estudio.
No se desarrolla el espíritu crítico cuando se pide que estudien los resultados de lo que los científicos han estudiado, rechazando analizar el proceso. Por el contrario, se les debe pedir que hagan lo propio de los científicos utilizando el método científico. Si se desea desarrollar en el aula el pensamiento crítico, el currículum no debiera presentarse como algo fijo en sí mismo, ya que así paralizaría el pensamiento. El currículum debería mostrar los aspectos de la materia que son indeterminados y problemáticos, con la finalidad de capturar la aletargada atención de los estudiantes, estimulándoles a formar una comunidad de investigación.
Se convierte la educación en un laboratorio de la racionalidad, el contexto en el que los jóvenes aprenden a ser críticos, creciendo como ciudadanos. En definitiva, debemos lograr que los estudiantes sean pensadores autónomos, que razonen por sí mismos, no siguiendo a ciegas lo que otros dicen o hacen, realizando sus propios juicios, y construyendo sus propias concepciones.

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