Rafael
Lucio Gil *
- 26 Octubre 2016
La
educación nicaragüense, a lo largo del año, ha desplegado esfuerzos en su
concreción curricular. Dirigentes y docentes han empeñado notables esfuerzos,
desde el inicio del año. Todo para que el currículo de cada nivel se hiciera
vida en el desarrollo de capacidades y competencias de sus estudiantes.
Las
ciencias pedagógicas y las didácticas específicas lo explican con claridad. Se
recoge lo que se siembra. La calidad de los aprendizajes está en razón directa
de diferentes factores. Los métodos, técnicas y estrategias de enseñanza. Los
niveles de motivación que se logren establecer. Las horas de clase y de estudio
independiente. El material de estudio, el sistema de evaluación y las
características del estudiante, etc.
Al
finalizar el curso, se recogen los frutos de cada una de estas variables del
aprendizaje. En tanto se hayan sostenido estos factores proactivos influyentes,
se obtendrán resultados positivos.
Los
resultados que podrían esperar estudiantes y padres de familia, serán
gratificantes.
Hay tres
factores dinamizadores claves en esta dinámica de enseñar y aprender. De una
parte, la actitud, métodos, técnicas y estrategias que cada docente haya
empleado. Mientras estas hayan sabido despertar motivación, esfuerzo y
responsabilidad en sus estudiantes, la respuesta no se hará esperar. El
estudiantado aprende cuando el docente, como artista y con empatía, pone a
vibrar sus cuerdas motivacionales. Frente a este currículo oculto positivo,
todos los demás factores disminuyen sus efectos negativos. Las investigaciones
lo confirman, el modelaje del docente, su ejemplo de vida y actitudes de
cercanía, su amabilidad llena de empatía y exigencia, se constituyen en claves
fundamentales.
Pero
cuando el ambiente psicosocial del centro educativo se vuelve ofensivo. Cuando
se recarga de contradicciones y energías negativas. Cuando quienes dirigen no
animan ni dinamizan, sino que recrudecen las contradicciones y desencuentros,
sin apoyar ni reconocer los esfuerzos docentes. Si docentes y directores se ven
envueltos en dinámicas no educativas, debiendo realizar labores políticas
sábados y domingos. El descanso del duro trabajo se vuelve imposible.
Más en
estos tiempos de elecciones. El estrés de directores y docentes afecta su labor
de gestión de centro y aula. Queda su labor, así, presa de la anomia y de una
enseñanza destinada a frustrar aprendizajes auténticos.
Los
métodos y técnicas de enseñanza deben ser de naturaleza constructivista. Que
ayuden a construir aprendizajes, no por la repetición, mecanización y copia.
Que respondan a procesos de concertación y búsqueda cooperativa, a partir de
actividades problematizadoras. Que partan de reconocer las ideas alternativas
no científicas y saberes previos del estudiantado. Que logren transformarlas
provocando conflictos sociocognitivos. Que logren, al fin, transformar lógicas
no científicas en conocimientos científicos. Y todo ello, transversalizado por
el fortalecimiento de las capacidades mentales. Que activan capacidades de
análisis, síntesis, indagación, experimentación, pensamiento crítico y
argumentativo, pensamiento creativo y divergente.
Pero
frente a esta realidad deseable, campea otra real. La mentalidad efectivista
del centro educativo está preocupada por cumplir. Cumplir orientaciones que,
por lo general, distan mucho de objetivos educativos. Los tiempos de clase se
reducen notablemente al mínimo. Casi siempre por demandas externas no
educativas. Grupos de clase fuera del aula y del centro educativo. En tareas
que distraen y no educan. Sus efectos al final del curso, serán evidentes.
Frente a
los cortos tiempos de clase y mal aprovechados, la prisa por cumplir el
programa. Los Tepces avivan el fuego de “cumplir” con el programa, pero
“mentir” al aprendizaje. El profesorado siente prisa por cubrir contenidos de
enseñanza. Obvia, así, los tiempos imprescindibles para analizar y debatir
actividades de aprendizaje, que desarrollen competencias y capacidades.
Se suman
las condiciones de estudio. El ambiente de las aulas contraviene normas
ergonómicas básicas. Aulas repletas de estudiantes. Pupitres insuficientes o en
mal estado. Docentes que deben gritar forzando la voz en ambientes ruidosos.
Sin condiciones mínimas para ejercer con propiedad su labor. Mayoría de
estudiantes sin textos. Estudiantes sin hábitos de estudio ni cumplir con
tareas. Docentes que no revisan su cumplimiento.
Al final
de este tortuoso camino, los resultados finales no podrán ser de calidad. Y,
esto, en dos dimensiones. Por una parte, es dudoso que las buenas
calificaciones respondan a aprendizajes de calidad, aunque los resultados
estadísticos sean buenos. Por otra, es de esperar un alto porcentaje de
estudiantes reprobados.
Algunos
ponen su esperanza en el Reforzamiento Escolar e incluso en la promoción
automática.
Esto se
ha convertido en la solución fácil para aprobar y promover, también, sin
calidad. Pues fracasaron con metodologías inadecuadas, y el reforzamiento
escolar vuelve a repetir las mismas metodologías. El remedio se convierte en
una salida fácil, pero de ninguna calidad. Al final, un engaño al estudiante, a
la familia, al país.
Este
panorama repetitivo cada año, clama por un cambio radical. Padres de familia no
deben continuar siendo cómplices de estos resultados. Menos aún, que se
continúen repitiendo, cada vez con mayor fuerza, los factores negativos que
originan esta situación. La educación necesita una transformación radical, de
fondo. A mayor tardanza en resolverlo, mayor fracaso le espera al país.
*Ph. D.
Ideuca.
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