martes, 12 de enero de 2016

Una mirada sociológica a nuestra educación



Rafael Lucio Gil *


Pensar nuestra educación al margen de los aportes que puede brindar la sociología, significaría reducir la educación a una de sus dos dimensiones. La persona que se educa es una e indivisible. Su ser persona consta de una dimensión individual cognitiva, emocional y espiritual, pero también de un componente social que la complementa. Somos personas en relación con otros, tanto en el centro educativo como en la comunidad y la sociedad en general.

Por ello, empeñarse en diseñar y desarrollar una educación cuyos referentes tengan un carácter marcadamente internalista, parcial, empobrece el profundo significado que debe tener la educación.

Comprender la dinámica educativa en todas sus dimensiones, demanda al aporte interdisciplinario, particularmente el de la sociología. No es posible comprender la problemática de la educación, sin este apoyo fundamental sociológico, iluminador y libertador.

En este orden, llama la atención que en la formación docente de nivel primario y secundario, en las escuelas normales y facultades de educación, el estudio de la sociología de la educación esté ausente.

Ello impide a los formadores de ambos niveles tener una mirada amplia que les posibilite comprender los fenómenos macro, meso y microsociales, íntimamente vinculados con el hecho educativo. Tal limitación imposibilita al personal docente iluminar su quehacer con esta doble dimensión, encogiendo y empobreciendo, a su vez, la perspectiva psicológica, pedagógica y de la disciplina que enseña, ante un horizonte de interacciones sociales ausentes que debería impregnar de profundo sentido y significado al quehacer educativo.

No en vano Xabier Gorostiaga, S.J., con su visión profética y mirada de sentido profundo, problematizara la educación con la pregunta:

¿Qué educación, para qué desarrollo? En efecto, cuando la educación del país pierde de vista para qué modelo de sociedad se está formando, acaba estando ciega ante la realidad social, con mirada miope, incapaz de dar sentido y significado a la educación que debe actuar como eje dinamizador del modelo de sociedad a construir.

Cuando el centro educativo se convierte en mero receptor de preceptos, normas y orientaciones, sin espacio para generar iniciativas de innovación ni de pensamiento crítico, la educación pierde su capacidad de problematizar la realidad cuestionando los conceptos y paradigmas habituales. Cuando el pensamiento único impide pensar y actuar en libertad, discernir, razonar y argumentar ideas, la educación acaba encarcelando el espíritu, empobreciendo las capacidades creativas, argumentativas y de juicio crítico, volviendo al espíritu dócil, esclavo y colonizado.

De alguna manera, este estado de sitio a la inteligencia, socaba la dignidad de funcionarios, educadores y estudiantes. La ausencia de pensamiento crítico obliga a perder la perspectiva de una educación en y para la libertad, que ya hace varias décadas fuera lanzada por la Unesco sin haber perdido hoy vigencia, y que en los albores del nuevo siglo, el Informe Delors (Unesco) lo incorporara como uno de los principales pilares de la educación del siglo XXI:
Aprender a Ser.

La educación, al desprenderse de este sentido sociológico, influye negativamente en el ejercicio pedagógico ubicándolo al servicio del poder y de contenidos de enseñanza alejados de los verdaderos problemas que vive la sociedad e impidiendo que desde una pedagogía crítica, los contenidos curriculares y los métodos de enseñanza incorporen y problematicen los fenómenos que se viven en la sociedad. Su análisis, reflexión y estudio podrían aportar aprendizajes situados y significativos, fuertemente ligados a la vida cotidiana de los educandos, a la vez que formativos en la nueva ciudadanía.

Desde este ambiente educativo, el enfoque de género simplemente se constituye en un mero tópico, sin penetrar en develar las relaciones de poder y discriminación que se transmiten entre los sexos, utilizando métodos sexistas y estereotipados. Se pierde la oportunidad de que docentes y estudiantes descubran y combatan las formas de poder y exclusión social presentes en el centro educativo y la sociedad, así como de cuestionar toda forma de ejercer el poder y toda forma de dominación existente.

Desde la mirada sociológica, el derecho a la educación también cobra vida, al ser visto con mayor autenticidad e integralidad, en tanto la inclusión no quedará limitada al incremento de matrícula, sino que se vigilará para que la educación que se proporcione sea pertinente y de calidad. Al no lograr estos dos atributos, tal inclusión se transmuta en exclusión. Exclusión, porque niños, niñas y adolescentes recibirán una educación alejada de las demandas de la sociedad, reproduciendo la pobreza, la desigualdad y segmentación social.

Enseñar valores en el centro educativo sin que en el aula se analicen y problematicen los fenómenos sociales cotidianos del entorno, será mera ingenuidad y engaño.
* Ideuca

22 de noviembre 2015
 

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