Rafael
Lucio Gil *
- 05 Abril 2017 |
Una de
las diferencias entre la educación tradicional y moderna, reside en la participación
social. Las reformas educativas que cuentan, desde su inicio, con consulta y
participación de amplios sectores institucionales y sociales, muestran tener
éxito en sus resultados.
Cuando,
por el contrario, los modelos educativos y sus reformas son impuestos por un
sector, la implicación de los actores, en su concreción, es ignorada. En
consecuencia, su grado de conocimiento, responsabilidad e implicación serán
sumamente pobres.
Las
Cumbres, Conferencias y Acuerdos Mundiales en educación, reconocen que los
gobiernos son los responsables de dirigir y gestionar la educación, pero
también recuerdan que, cuando todos los actores institucionales y sociales se
sienten implicados y comprometidos, participando en los procesos y resultados,
tanto mayor serán las oportunidades de mejorar su calidad y capacidad
innovadoras.
Esta
implicación social amplia desarrolla y cuenta con la “inteligencia compartida”,
provocando estallidos de demandas, propuestas e iniciativas a quienes, por ley,
dirigen la educación nacional. Ello demanda suficiente humildad de la
institución para reconocer y superar limitaciones, errores y dificultades,
infundiéndole la sabia revitalizadora necesaria y permanente. Supone superar la
tentación de la fácil sospecha, la visión de fantasmas políticos y la
descalificación. Mientras tales miedos al pensamiento divergente y propositivo
persistan, la gran perdedora seguirá siendo nuestra educación y el país en sus
esfuerzos de transformación.
En la
media que se cercena esta posibilidad y potencialidad de la participación
amplia, se genera enquistamiento y endogamia, impidiendo toda posibilidad de
vitalizar, actualizar e innovar los procesos educativos, impidiendo procesos
auténticos de calidad. Nunca la exclusión de amplios sectores en la educación
ha sido ocasión de mejora educativa; la arrogancia educativa, siempre trae
consecuencias perniciosas, no solo a la educación, sino al desarrollo del
país.
Necesitamos
que estos procesos de interacción y participación social e institucional se
constituyan en catalizadores y dinamizadores, entre el modelo educativo que
queremos, y el modelo de desarrollo que concertemos. En tanto esta relación, ya
perdida, no la logremos recuperar, continuaremos empeñados en un modelo de
desarrollo que se engaña a sí mismo, mientras la educación continuará en
solitario, constituyéndose en el problema, no en la solución.
Esta
interacción y participación se hacen indispensables, para que la transformación
del modelo de desarrollo tenga solidez, sostenibilidad, afincado en pilares
sólidos. Los aportes de las mayorías a la educación y al modelo de desarrollo
que pretendamos, se convierte en fuente de responsabilización colectiva,
compartida por todos los agentes del país. En esta concertación
contrahegemónica legitimadora, más allá de las élites hegemónicas, residirá la
fuente del poder transformador del país, desde un rostro humano, justo e
inclusivo, con capacidad innovadora invaluable.
Si es
importante la implicación de actores externos al ámbito educativo, también lo
es la participación libre, responsable y reflexivo-crítica del magisterio
nacional. Hasta ahora, este responde a una perspectiva eminentemente
instrumental, aplicativa; ha perdido la esencia movilizadora de su actividad
pedagógica desde una perspectiva reflexiva, crítica, cuestionadora y
transformadora.
Ha
quedado convertido en inofensivo, cumplidor de mandatos, sin capacidad de
pensar distinto. Solo su participación amplia, documentada y reflexivo-crítica,
podrá transformar sus prácticas, movilizando sus imaginarios y representaciones
sociales-mentales, y reencantando su vocación propositiva, innovadora. Se
convertirá, así, en actor clave y pensante; con capacidad de establecer
conexiones fructíferas entre el currículum normado y aséptico y las realidades
situadas de los contextos deprimidos en que enseña.
Padres y
madres de familia, adormecidos por la droga de la incomunicación y aislamiento
educativos, han normalizado una educación con rendijas profundas que derraman
al vacío lo más valioso que debieran aportar a una educación de calidad. Esta
normalización, sin conciencia de su enfermedad educativa, les impide
reflexionar críticamente, y despertar de este somnífero que les aqueja.
Será esta
participación activa y beligerante en la escuela, superando los formalismos y
adormecimiento actuales, la que podrá remecer el modelo educativo actual.
Superar este acomodamiento y “zona de confort”, aportará a la educación
aires nuevos no contaminados, relevando las demandas más elementales de una
educación comprometida con la calidad y el desarrollo, surgidas del contacto
duro con la realidad de sus comunidades.
Por
último, el estudiantado actual navega distraído entre aguas altamente
peligrosas: la ausencia diaria de un ambiente educativo motivador, y el manoseo
de su conciencia con mandatos de pensamiento impuesto, y destinados a obedecer.
En tanto logremos comprender a esta “Generación Z”, centrada solo en las
imágenes, incorporando la tecnología con seriedad; enseñando a analizar,
pensar, emitir juicios críticos; a despertar de los somníferos que entorpecen
desarrollar capacidades y libre pensamiento. Así, su educación desarrollará
competencias para la vida, la familia, la comunidad, el país; en fin, su
desarrollo humano sostenible.
* Ideuca
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