miércoles, 30 de agosto de 2017

¿A qué formación docente nos referimos?

La calidad de la educación siempre refiere a calidad de la formación docente. Nuestra educación logrará mejorar y transformarse, en tanto lo haga la formación del magisterio nacional. Pero no basta.
Rafael Lucio Gil *
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La calidad de la educación siempre refiere a calidad de la formación docente. Nuestra educación logrará mejorar y transformarse, en tanto lo haga la formación del magisterio nacional. Pero no basta.
¿Queremos más formación de la misma, o hablamos de otra diferente? La formación y capacitación actuales son abiertamente instrumentales. ¿Es esta formación la que demandamos? No, por supuesto. Cuáles son las características que hacen instrumental la formación actual, para después examinar la alternativa.
La formación instrumental se alimenta de dos canales: Las Escuelas Normales formando docentes de educación básica, y las Facultades de Educación a profesionales de educación media. También, el que proporciona el clima psicosocial y organizacional de los centros educativos. Para el primero, los aspectos científicos y pedagógicos tienen un carácter instrumental, mientras el segundo fortalece, aún más, dicho carácter. ¿En qué consiste una formación instrumental y cuáles son sus consecuencias educativas?
La formación se enfoca en aprender conocimientos pedagógicos y disciplinares desvinculados de la realidad en que deben aplicarlos. Insiste en  aprender teorías alejadas de las características culturales de la niñez y adolescencia, desconectadas de la práctica cotidiana. Al ejercer sus funciones docentes, la misma perderá sentido y significado, siendo una práctica ciega, no pertinente al contexto.
La formación se enfoca en aprender contenidos, descuidando desarrollar capacidades y competencias; su labor educativa en el terreno priorizará saberes, no capacidades ni competencias. Se centrará en cumplir programas explicando ampliamente, sin ocuparse en que el alumnado comprenda y construya aprendizajes. Aun cuando el currículum se refiera a competencias, continuará enseñando sin integrar contenidos declarativos, habilidades y valores (competencias), abandonando a su suerte los dos últimos.
Esta formación instrumental se interesa en cumplir programas y contenidos, priorizando  aspectos técnicos, descuidando la comprensión y contextualización y su adecuación a la realidad. Por supuesto que, el desarrollo de la capacidad crítica y autocrítica para pensar y repensar las prácticas en el aula, no forma parte de su agenda.
Sobresale su énfasis en cumplir normas, directrices, leyes, enfatizando capacidad para aceptar órdenes, cumplirlas fielmente y esperar órdenes para actuar. En suma, fortalece la capacidad de normalizar el estatus quo, sin cuestionar nada, reflexionar críticamente y problematizar los contenidos aprendidos y enseñados. Desarrolla la capacidad de sumisión, no la de formular y responder preguntas. Se prepara para adherirse fácilmente, sin consistencia alguna, a credos políticos oportunistas, sin capacidad de cuestionar nada. Aprende a naturalizar procesos de violencia simbólica por parte de estructuras de poder para ejercer la profesión, obedeciendo consignas, más que basarse en fundamentos, principios y valores claves, imponiendo conocimientos, valores y actitudes. Se forma para conservar, no para transformar.
A esta formación se añade la influencia que ejerce en ella el modelo de gestión y dirección del centro educativo. Aquí, lo importante será cumplir normas, reproducir formas de pensar y actuar, como instrumentos eficientes de quienes dirigen la educación, sin lugar a formular propuestas o iniciativas. El miedo a transgredir se transmite al estudiantado. La reflexión crítica es vista como nociva, contraproducente, proclive a disentir y pensar diferente. Al final, esta violencia simbólica normaliza el poder, no el servicio, acabando por secuestrar la conciencia del profesorado, volviéndolo sumiso, no pensante, oportunista, temeroso, sin posibilidad de desarrollar capacidades de pensamiento y autonomía en el estudiantado. Se niega, así, la posibilidad de una acción docente innovadora, aunque se introduce la “innovación” orientada a impulsar “cambios” para no cambiar nada.
La formación docente desde un paradigma reflexivo crítico transformador, por el contrario, fija su atención en la solidez y calidad del conocimiento científico y métodos pedagógicos situados. Se ocupa de desarrollar capacidades de pensamiento crítico, ideando soluciones pertinentes, cuestionando la teoría y la práctica educativa.
Su filosofía de la formación es muy otra. Centra interés en la persona, sus capacidades y competencias para construir saberes en contextos; comprender el hecho educativo y la diversidad, entender no solo la cultura hegemónica del país, sino también otras culturas subalternas, apoyando especialmente a estudiantes más pobres en sus problemas de aprendizaje ocasionados por las diferencias habidas en sus códigos lingüísticos.
Pone en cuestión las normas, leyes y directrices, con el fin de mejorarlas y adaptarlas al contexto; cuestiona sus concepciones y prácticas, investiga nuevas rutas para formarse permanentemente y transformar sus métodos de enseñanza.
Enseña dialogando, no imponiendo conocimientos, reflexionando en conjunto, respetando saberes, ayudando a construir sentidos y significados en el desarrollo de capacidades, competencias y valores. Siente la violencia simbólica institucionalizada y actúa cuestionando formas de dirección y aportando soluciones. Activa su conciencia apostando a una educación sana, de servicio, no de poder. Su humanismo muestra elevada capacidad de incidencia.
*  IDE-UCA.

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