martes, 12 de enero de 2016

¿Qué resultados tendrán los bachilleres en las pruebas de ingreso?



Rafael Lucio Gil *

El curso escolar llega a su fin. Los bachilleres culminan la secundaria con alegría de llenar una etapa clave de su vida. Su mochila carga alegría, motivación, sueños y dudas y temores frente a los retos que se les presentan: ¿Podrán ingresar a la universidad?, ¿superarán las pruebas de admisión?, ¿estarán preparados para comprender y aprender los conocimientos en la universidad?, ¿podrán comenzar a trabajar ante las necesidades de su familia?, ¿le aceptarán en un trabajo con este título?

Las respuestas no serán fáciles. Cada inicio de año se anuncian los resultados que obtienen los bachilleres en su intento de ingresar a la universidad. Las tendencias del fracaso en estos resultados se presentan con recurrencia. Lo peor que puede suceder es que la sociedad y las instituciones educativas terminen por naturalizarlo. 

Pero no es menos peligroso, que se ubiquen las causas de este fenómeno en las consecuencias o efectos, sin preocuparse por identificar y combatir las raíces que lo provocan. De un lado algunos quisieran responder con paliativos, otros dando respuestas de sentido profundo, integral.

Así, hay quienes se centran en cómo se elaboran las pruebas de ingreso y pretenden superar el escollo, elaborándolas conjuntamente las universidades y el Ministerio de Educación. Sería la mejor forma de evadir el auténtico problema, buscando cómo  eliminar las ramas del árbol, sin tocar sus raíces, con el espejismo de la solución del fracaso estudiantil. El problema no radica en las pruebas, que deben siempre ser elaboradas por la universidad, sobre la base de los programas oficiales del currículum de educación secundaria.

La opción de sentido profundo debe de ir mucho más allá. Tales resultados reflejan una crisis más profunda de la calidad de la educación en general. Esto solo refleja la pequeña punta visible del iceberg, quedando oculto el problema mayor. Pero, por ahora, limitémonos a las matemáticas.
Pero ¿dónde reside la raíz del problema? Aún la cultura existente sobre las matemáticas en el imaginario colectivo se resiste a cambiar, principalmente entre los propios docentes que la enseñan. 
Persisten expresiones “es muy difícil”, “no es para cualquiera”, “el 100 es solo para el maestro”, etc. 

El temor que se ha expandido sobre las matemáticas ha hecho efecto, lo que se debe a la falta de oportunidades del profesorado para ampliar y actualizar sus competencias. Lo peor del caso es que esto es reproducido en las carreras de Matemáticas en las facultades de educación: cultura de autosuficiencia, complejidad e inaccesibilidad del conocimiento matemático. Esta perspectiva hegemónica tiene un efecto devastador en los estudiantes, y más en las mujeres. Y ocurre mientras la didáctica moderna de las matemáticas brinda un mensaje radicalmente distinto.

Otro escollo lo constituye la metodología utilizada por los docentes en clase. Resuelven ejercicios y muy pocos problemas auténticos. Los primeros no desarrollan capacidad alguna, más allá de la mecánica de seguir pasos --paradigma algorítmico-- sin comprensión de lo que hacen, mientras la didáctica moderna demanda aplicar un paradigma heurístico, no centrado en pasos mecánicos, sino en desarrollar capacidad y aprendizaje significativo, formulando preguntas, reflexionando y buscando caminos de solución. La metodología de enseñanza continúa siendo tradicional, expositiva, no constructivista. En la primera, copian y reproducen pasos sin reflexión ni argumentación crítica alguna. En cambio, la metodología constructivista se fundamenta en la construcción conjunta de conceptos y procesos de solución de problemas fuertemente ligados a los contextos cotidianos. 

Ejercicios y problemas meramente académicos descontextualizados, no situados es otra de las características de esta enseñanza nada productiva. La didáctica moderna demuestra que, cuando los problemas y ejercicios no se refieren al contexto cotidiano y situado del estudiante, cuando se les demande transferir estos conocimientos académicos al contexto de la realidad cotidiana, no lo podrán lograr. Esto explica que la teoría, ejercicios y problemas deban relacionarse íntimamente con los contextos de vida de quienes aprenden, para que generen capacidad de aplicación con utilidad en tales contextos.

Adicionalmente, se presenta el currículum nulo cuando un profesor no domina un contenido omitiéndolo totalmente o contentándose con impartirlo superficialmente, copiándolo en la pizarra sin explicación ni ejercitación.

Finalmente, otro factor asociado es el poco tiempo de clase que tienen los estudiantes en general por distintas razones de pérdida de clases, lo que incide en que los profesores impartan los temas de manera superficial, ante las exigencias que se imponen de culminar el programa de contenidos.

Estas son algunas de las razones que justifican la necesidad de realizar un replanteamiento de fondo, en conjunto, entre universidades y el Mined con participación del profesorado, para formular una estrategia integral, sistémica, que logre atacar las raíces y factores asociados que ocasionan el problema.

*Ideuca
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13 diciembre de 2015

Información, participación y contraloría social de la educación



Rafael Lucio Gil*



La educación es, ante todo, un proceso complejo de comunicación y diálogo entre instituciones, organismos, dirigentes, docentes, familias y actores sociales en general. Esta interacción, en tanto logre producirse, proporcionaría a la educación legitimidad y credibilidad, a la vez que las instituciones y organismos sociales ampliarían sus niveles de responsabilidad y compromiso con la educación de la niñez, adolescencia y juventud. 

En la medida que este vínculo e interacción se distorsione o pierda, se alejará más la oportunidad de convertir la educación en punto de confluencia y encuentro social, hasta el punto de convertirla más en polo de exclusión y no de inclusión.

La educación no se debe a sí misma sino al país, al partido y a la sociedad, sus instituciones y organizaciones. Ofrece la mejor oportunidad a las familias, actores sociales e instituciones públicas y privadas, para incidir en la mejora continua de su calidad, como la mejor contribución que puedan brindar al desarrollo del país.

Para lograr esta sinergia y democratización en la toma de decisiones educativas, en respuesta a las demandas de las familias y la sociedad en general, es de vital importancia que el aparato educativo se abra al país y la sociedad entera sin distingos de ningún género, informándoles con rigor, veracidad y transparencia. 

Un sistema educativo que no se investiga a sí mismo ni posibilita que investigadores independientes también lo hagan, difícilmente encontrará los mejores caminos que demanda el mejoramiento de la calidad educativa. La realización de cualquier investigación sobre la problemática educativa requiere contar con la información necesaria, oportuna y veraz, lo que proporcionará las mejores luces, con base científica, para determinar y entender la problemática educativa, poder analizarla con referentes teóricos actualizados, y aportar caminos y escenarios de mejora o transformación de la realidad educativa.

Cuando la administración educativa se niega a sí misma esta posibilidad, la educación se empobrece, quedando presa de intereses particulares, y condenada a reproducir endogámicamente sus propias debilidades, vicios y errores, negándose a la iluminación científica que provee nuevos caminos para la mejora continua su calidad.

También las organizaciones de la sociedad civil están llamadas a aportar conocimiento, experiencia pedagógica no formal, innovaciones y valores a la educación, mediante la participación efectiva en la gestión educativa. Cuando se niega esta participación, la educación formal se empobrece evadiendo el encuentro enriquecedor de organizaciones civiles que han construido experiencias de educación de gran sentido pedagógico innovador, más cercano a los contextos reales de los más pobres y desprotegidos de la educación formal.

La Constitución de la República y la Ley General de Educación se constituyen en dos referentes obligados que orientan en este mismo sentir. No solo demandan participación de autoridades, docentes y padres de familia en la experiencia educativa, sino que también precisan el papel fundamental que deben jugar las organizaciones sociales en la educación.
Así, en la Ley General de Educación, el artículo 84 establece que “la gestión de la Educación Escolar es concertada, participativa y con flexibilidad”; demanda, a su vez, en el artículo 85 que se debe “incrementar la participación de la comunidad, organismos no gubernamentales, organizaciones sindicales y sociedad civil en la administración del sector educativo”. 

También en el artículo 113 se insiste en que: “La educación en Nicaragua es un proceso que requiere de la participación social. Las organizaciones civiles, las instituciones y empresas públicas y privadas, los gremios, las instituciones religiosas y laicas y, en general, todos los sectores de la Nación, tienen en la educación intereses, objetivos y responsabilidades ineludibles”.

La ley, incluso, va mucho más allá cuando afirma, en el artículo 114: “Todas las organizaciones civiles, instituciones, las empresas y la sociedad civil en general, que por su naturaleza estén relacionadas con la educación, tienen el deber y derecho de participar activamente en la planificación, gestión y evaluación del proceso educativo, dentro de la realidad nacional, pluricultural y multiétnica”.

Tal participación se sostiene en dos pilares fundamentales: la información transparente y la contraloría social.

Desde la primera, la sociedad civil y el país, en general, deben poder contar con la información pertinente, pero también se requiere que la gestión educativa y sus resultados sean debidamente transparentados a toda la sociedad. Ello contribuirá a que, el país entero, esté al corriente de los avances y vicisitudes que tiene su educación, participe más activamente apoyando los programas que corresponden, y se responsabilice mucho más por estos resultados implicándose en procesos de mejora de la calidad educativa.

Por otra parte, la contraloría social, más que percibirla como un posible peligro, debiera de verse como una gran oportunidad de contar con la vigilancia y monitoreo que las organizaciones sociales, padres y madres de familia, instituciones públicas y privadas, y en general la población entera, pudieran ejercer. Sin duda, que ello ayudaría muchísimo a detectar avances, errores, dificultades y proponer soluciones constructivas que mejoren la educación. En general, se lograría en particular, la necesaria implicación de toda la sociedad en la educación, convirtiéndose así, en una sociedad y país en estado de educación. Es mucho lo que nos hace falta, lo importante es que todos tengamos la voluntad de hacerlo.

Ideuca.
29 noviembre 2015