La educación en su perspectiva
humana, ética y participativa
Rafael
Lucio Gil Ph. D. IDEUCA
En mi artículo precedente: “La
educación frente a sí misma y al Nuevo Año”, analizaba la urgencia de concertar
un modelo educativo que parta del análisis franco de un conjunto de nudos
críticos claves. Hay avances que se vienen dando en la educación, pero la
rapidez con que se operan cambios
sociales y económicos, hace que los mismos, no sólo sean insuficientes, sino
que han llevado al modelo educativo existente a un proceso de profunda fatiga y
posible colapso. La brecha que se ha abierto entre el modelo educativo
existente y los desafíos que tiene el país para superar la pobreza y lograr su
desarrollo humano, se ha venido expandiendo.
En este artículo nos centraremos en “la educación de todos, con todos y para todos” y la “perspectiva
humana y ética de la educación”. En nuestra historia educativa, aún nos
falta aprender como país que, toda propuesta de transformación de la educación,
debe tomar muy en cuenta su naturaleza compleja, transversal e integral. La
realidad histórica refleja una marcada tendencia hacia una educación anclada en
sí misma, internalista, endogámica, autosuficiente, sin nexos reales con la
realidad social, económica y cultural del país y el mundo global. No hay más
que ver cómo la educación rural en la historia, no ha tenido la atención que
requiere su elevado estatus en la producción de riqueza del país. La
insuficiencia de la educación técnica respecto a las demandas del desarrollo
del país, son otro ejemplo.
Superar esta brecha exige abordar
la transformación desde una dimensión profundamente humana y social, con un
entramado de relaciones e interacciones que atraviese los componentes económicos,
sociales, productivos y culturales. Es esta dimensión profundamente humana y
social, la que debe abrir nuevas rutas, quizás hasta ahora no suficientemente
exploradas.
Ciertamente es el Estado responsable
directo de dirigir la educación, pero los nuevos roles que la modernidad
demanda de la ciudadanía, en tanto partícipe directa de viejos y nuevos derechos
y deberes, abre una amplia compuerta a la participación social, con inmensas
posibilidades, saberes y expectativas, propias de una sociedad ampliamente democrática
y pluricultural. Es, por tanto, esta participación, la que deberá legitimar el
modelo educativo concertado, imprimiéndole un sello de responsabilidad
compartida, con la toma de conciencia genuina de la ciudadanía, que proporcionará
mayor riqueza y compromiso en la construcción de procesos de calidad.
En este sentido, el país aspira a
una “educación
de todos”, que responda a las demandas y necesidades pluriculturales de
todos los ciudadanos, no sólo en su diseño curricular sino, y sobre todo, en su
despliegue práctico en los contextos reales. Pero también deberá ser una
transformación que se haga “con todos”, sin distingos de
ninguna clase. Ello implicará generar espacios de diálogo, reflexión y
formulación de propuestas.
De forma similar, se espera que
esta transformación, basada en estos dos requisitos, abrirá camino para que también
sea una educación “para todos”; es así que la educación como derecho se perfilará
con mayor realismo, transparencia y efectividad. En tanto se logre mayor
participación social “de todos”, “con todos” y “para todos”,
desde este nuevo modelo educativo, tal derecho podrá darse en toda su
integralidad, superando los reduccionismos que se han venido negando a las
potencialidades que debería cubrir tal derecho.
En tanto esta amplia
participación se logra operar en varios niveles y ámbitos, aportará la fortaleza
necesaria para que este nuevo modelo educativo responda al encargo social y
diversidad del país, brindando a la educación la sustancia profundamente humana
que merece, ubicando a las personas como centro, origen y fin del nuevo modelo
educativo.
Esta perspectiva profundamente humana,
que la historia del país ha venido difuminando y confinando, es necesario
rescatarla y recuperarla. No sería coherente hablar de una Educación como
Derecho, sin que éste incorpore la sustancia e ingredientes que lo deben
conformar como tal. Hacerlo supondrá ubicar en esta centralidad a la persona.
Así, recuperaremos el humanismo educativo, con la
sensibilidad suficiente para insertarse como su centro de gravedad. Ello requerirá
que el trastoque de fines en medios y de medios en fines que ha venido caracterizando
a la educación, se invierta ubicando en el centro de la educación a la persona
como su principio y fin, a la vez que reorientando y fortaleciendo todos los
medios que contribuyan a hacer efectivo esta finalidad.
Abordar la educación desde su sentido
ético no sería posible ni honesto, si no se lograra situar a la persona
como centro en todo el quehacer educativo. Los valores humanos que de ello se
desprenden, superarán cualquier eslogan, convirtiéndolos en la esencia y
sustancia sin los cuales la educación se empobrece y debilita.
Pero estos valores que deben
acompañar este modelo educativo profundamente humano, además de ser enseñados
en el currículum, requieren ser vividos, modelados y practicados en todo el
aparato educativo y, principalmente, en el desempeño y compromiso de
dirigentes, docentes y gestores que asesoran al centro educativo. De esta
manera, el currículum escrito oficial, será potenciado y ejemplificado por un
currículum oculto-implícito positivo de valores en acción, lo que constituirá
el principal germen axiológico de los futuros ciudadanos.